Cuando estaba solo,
José Arcadio Buendía se consolaba con el sueño de los cuartos infinitos. Soñaba
que se levantaba de la cama, abría la puerta y pasaba a otro cuarto igual, con
la misma cama de cabecera de hierro forjado, el mismo sillón de mimbre y el
mismo cuadrito de la Virgen de los Remedios en la pared del fondo. De ese
cuarto pasaba a otro exactamente igual, cuya puerta abría para pasar a otro
exactamente igual, y luego a otro exactamente igual, hasta el infinito. Le
gustaba irse de cuarto en cuarto, como en una galería de espejos paralelos,
hasta que Prudencio Aguilar le tocaba el hombro. Entonces regresaba de cuarto
en cuarto, despertando hacia atrás, recorriendo el camino inverso, y encontraba
a Prudencio Aguilar en el cuarto de la realidad. Pero una noche, dos semanas
después de que lo llevaron a la cama, Prudencio Aguilar le tocó el hombro en un
cuarto intermedio, y él se quedó allí para siempre, creyendo que era el cuarto
real.
* Texto extractado de "Cien años de soledad" e incluido en la antología "El libro de la imaginación" por Edmundo Valades.
Gracias por este trabajo al que te has dado, Jesús. Menuda colección de joyas.
ResponderEliminarUn abrazo
Gracias por este relato del maestro García Márquez.
ResponderEliminarEs una maravilla. Desde hace un tiempo, quiero inaugurar una sección para La Inter que contenga microhistorias extraídas de textos más extensos como la novela.
ResponderEliminarGracias por traer esto, Jesús.
Para algunos, los sueños les ofrecen la protección, la seguridad y la dicha que en la realidad no encuentran que prefieren quedarse allí para siempre.
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