17 agosto 2010

Pasado

    Hemos recibido carta de Marc. Mamá está en la cocina planchando mi uniforme para que lo tenga listo por la tarde. Ni me acuerdo el tiempo que hace que no sabíamos nada de Marc. Lo cierto es que miento. Sí que lo sé; tres años, once meses y tres días. Y no es que me dedique a contarlos, pero mamá sí. Mamá fue al psiquiátrico municipal a visitar a Marc, como cada día, y se encontró con que le negaban la entrada en recepción. Tras insistir, mamá consiguió que la dejaran ver al doctor Guardado, el psiquiatra de Marc, y fue él quien le explicó que la decisión era del propio Marc, que como mayor de edad que era tenía la facultad de vetar si así lo deseaba sus visitas, limitarlas o anularlas del todo, cosa que había hecho. Marc no quería ver a nadie; ni siquiera a su madre.
    Si digo que no me ha sorprendido recibir carta de Marc, mentiría. El buzón está lleno de facturas y publicidad y la carta de Marc destaca como una jirafa entre cervatillos. Ya nadie recibe correo ordinario. Ya nadie recibe cartas. Va dirigida a mamá pero no pienso dársela sin saber lo que pone. No tengo la más mínima intención de ayudar a Marc a matar de un disgusto a mi madre, así que la oculto en el bolsillo interior de mi cazadora y, tras dejar el resto del correo ordinario sobre el pequeño aparador de la entrada, me dirijo a mi habitación.
    Tras de mí, echo el pestillo a la puerta y me siento en la cama. Cojo aire. Mi habitación es la única interior de toda la casa. A mí me gusta así. No entra la luz del día y el aire se vicia un tanto pero, a cambio, disfruto de un silencio impensable en el resto de la casa. Tampoco necesito mucho; con la conexión a internet, las consolas y un buen sistema de sonido para el iPod mi habitación se convierte en un pequeño ecosistema autosuficiente. Además mamá no se mete en mis cosas. A veces pasamos días sin vernos siquiera. Con papá era distinto, pero papá pasó a la historia hace ya mucho tiempo. Papá siempre quiso controlar y dirigir nuestras vidas hasta que un día se marchó. Desapareció. Sin más.
    Miro la carta de nuevo. No hay duda de que es la letra de Marc y, como jugando con nosotros, ha puesto de remite el Hospital Psiquiátrico de Barcelona.
    Cojo la bolsa del trabajo, para prepararla, retrasando lo inevitable todo cuanto puedo. Meto dentro la porra, las esposas y las botas. Paso la manga de la camisa sobre la placa para que brille un poco; vigilante de seguridad. No es mucho, pero lo suficiente para ayudar a mamá a salir adelante durante estos últimos años.
    Me decido, rompo el sobre y saco una pequeña nota de su interior. Hoy salgo. Así de breve, así de escueto, así de cierto. Miro el matasellos y veo que es de hace tres días. Un vértigo se apodera de mi estómago. Como si mi espíritu saliera de mi cuerpo por el pasillo de casa, polvoriento, sin limpiar desde hace meses, por delante de la cocina vacía, repleta de trastos sin fregar, arrancando jirones de silencio de cada puerta hasta llegar a la entrada, con su pequeño aparador repleto de facturas, de folletos publicitarios que caen al suelo en un goteo de copa colmada, para al final oír el timbre, el graznido de un cuervo que ha recordado un viejo cadáver, y sé que Marc ha vuelto a casa.

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