Son muchos los que, desde Ciudad, se acercan a Olvido por la feria anual de ganado. Vienen con sus flamantes coches, que dejan en la campa del tío Rogelio, con sus ropas de domingo y sus niños ruidosos que no han visto un animal de granja más que en el televisor y disfrutan imitando e incordiando a ovejas, vacas, cerdos y gallinas.
Las mujeres, con los zapatos de tacón enterrados en el suelo sin asfaltar, dan órdenes y dirigen a sus maridos de puesto en puesto para que compren hortalizas frescas, embutidos, quesos curados y dulces caseros.
Pero el verdadero jaleo se organiza alrededor del puesto que cada año ponen las Hijas de la Caridad. Por lo preciado de la mercancía pero, sobre todo, por la escasez de los últimos años que ha hecho que la carne se subaste al mejor postor. La parte más codiciada son los muslitos y, tras una breve puja, la pieza es adjudicada. Sor Inés coge al bebé de los pies, lo pone boca abajo y con un rápido movimiento del brazo, desgaja la pierna del pequeño que sor María envuelve antes de que todo se ponga perdido de sangre.