29 agosto 2012

La sombra



Llegó nada más ponerse el sol. Puede que por ese motivo nadie recuerde haberla visto entrar en el caserón del que solo salió con la oscuridad como cómplice durante las primeras semanas; buscaba la seguridad de que siempre adoleció en Ciudad. Tal vez esta fuera la causa de que nadie, al principio, advirtiera su presencia en el pueblo. Porque, por raro que suene, en Olvido el día comienza con la salida del sol y, con el ocaso, el cielo se tizna y deja paso a la noche. Tan sencillo.

Mientras, en Ciudad, un hombre padece el suplicio de vivir siempre a mediodía.

01 agosto 2012

Ineludible


Ciudad no está preparada para algo así. Y no es que Ciudad peque de blanda. En Ciudad los asesinos hacen horas extra para que cada mañana, mientras desayunas, cuando extiendes sobre la tostada la mermelada de fresa, el locutor de la radio te cuente los crímenes cometidos, te hable de los cuchillos que han rajado gargantas y de las balas que han reventado pechos. Aún no has pisado la calle cuando, en Ciudad, los ladrones ya ocupan sus despachos y han ordenado que tu sueldo baje, tus impuestos suban y el pan, la leche y el tocino sean más caros, escasos y difíciles de encontrar. No, no es el problema de Ciudad la dureza. Y, sin embargo, sigo pensando que no está preparada para algo así. Aunque pueda soportar que los mendigos mueran en la calle ateridos de frío, que los niños flacos pidan en los semáforos a cambio de unas pocas monedas para que sus mayores no los maten a palos, que las bandas juveniles jueguen a ser traficantes y se maten en las esquinas por un palmo de terreno o que las putas vendan su carne a cambio de un plato que poner sobre la mesa. Ni siquiera.
El problema de Ciudad son los perros, flacos y apaleados, perros que, desde los barrios más miserables, desde verdaderos agujeros de inmundicia, han comenzado a aullar cada noche y, pronto, nada ni nadie los podrá parar.

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