16 diciembre 2010

El hatillo (Crítica literaria)

Hace unas semanas me encontré con esta sorpresa: un profesor de el Taller Literario de Salinas (Asturias), utilizó mi microrrelato "El hatillo" como ejemplo de una crítica literaria. Espero que resultara útil a sus alumnos; para mí ha sido todo un regalo.
Pego el post completo a partir de esta línea.




Este es un ejemplo de crítica literaria realizada para el taller de creación de Salinas (Asturias). http://tallerliterariosalinas.blogia.com/
El relato está firmado por Jesús Esnaola http://frankensteinsupongo.blogspot.com/ y fue descubierto en la revista literaria online "Narrativas" http://www.revistanarrativas.com/


"El Hatillo"


Aquella misma noche, tras escuchar la decisión de Marta, subí a la azotea de casa con el fusil de precisión que usaba cuando iba de caza mayor. Saqué los prismáticos y miré con ellos alrededor de todo el edificio, intentando descifrar cuál sería la ruta más probable.
Hasta el amanecer no las oí acercarse. Venían dos juntas. Aguardé a que se separaran. Todo se complicaría mucho si no lo hacían. Tras unos segundos de tensión, una de ellas viró hacia el sur mientras que la otra siguió directa hacia mí. Cargué el fusil. Coloqué la rodilla derecha en el suelo y encajé bien la culata en mi hombro. Un disparo. Tal vez no me diera tiempo de hacer dos.
Apareció su cabeza en la mira telescópica. Contuve la respiración y mi dedo índice apretó suave el gatillo. La cabeza de la cigüeña reventó y el hatillo que llevaba en el pico con mi hijo, con nuestro hijo dentro, se precipitó al vacío. Cuando estaba a mitad de camino del suelo, desapareció como la pólvora de un fuego artificial pero sin luz, sin ruido.


Este texto presenta una estructura clásica, aunque condensada, de presentación, nudo y desenlace. El nudo es el que asume el peso de la narración, como es habitual, aunque es en el desenlace donde llega la culminación dramática. Y es que es en la tensión dramática, en su medida progresión, donde se encuentra uno de los puntos más destacables del relato. ¿Cómo la consigue? De manera muy sencilla, pero a la vez, muy eficiente: a través de una pormenorizada descripción del proceso del disparo y su previa subida a la azotea.


Es gracias a ello como consigue llamar nuestra atención. Sabemos que el personaje ha subido a la azotea y se prepara a disparar algo, aunque aún no sabemos el qué. El autor nos lleva por donde quiere, ponemos atención en ese fusil y nos olvidamos de la frase inicial y clave descifradora del mensaje del relato: “…tras escuchar la decisión de Marta”. El autor controla los tiempos, juega con el lector. Sabe que aunque pongamos toda nuestra atención en el disparo, luego tendremos que volver atrás. Volver a “la decisión de Marta”. Sin esa descripción, sin esa (falsa) tensión en torno al disparo, llegaríamos demasiado pronto a “la cigüeña”, y vislumbraríamos antes de tiempo el mensaje del relato. “Nunca hay que satisfacer la curiosidad del lector”, como dice André Neuman, o al menos, no satisfacerla demasiado pronto.


En relación a la descripción de la subida y disparo desde la azotea utiliza también un par de recursos para lograr el objetivo de verosimilitud, que nos creamos realmente que ese señor sube a disparar, y no se tratar de una “metáfora”. Dice: “subí a la azotea con el fusil de precisión que utilizaba en caza mayor”… y además: “saqué unos prismáticos”. Para completar el engaño, el autor se refiere a elementos utilizados en la caza, con lo que nosotros no tenemos ninguna duda: “ese tío quiere dispararle a algo”.


Otro punto en el que destaca el relato es la utilización de detalles que avanzan el mensaje sin aclararlo completamente. Son pistas que, hábilmente dispuestas, nos indican el camino hacia ese mensaje del texto. Me refiero especialmente a “la decisión de Marta” y también a las referencias previas a las cigüeñas, antes de nombrarla directamente. Son además, estos detalles, lo que permiten una relectura del texto, tras descubrir su significado. De esta manera, el autor no se queda sólo en el descubrimiento del significado, si no que, además, nos permite una relectura de su relato enriqueciendo el mensaje del mismo.


Y es en ese descubrimiento del significado del relato, donde se halla el punto culminante de la progresión dramática. El momento en el que “revienta la cabeza de la cigüeña” y aparece “el hatillo”, donde el lector comprende el mensaje. Por lo tanto, el autor condensa en el mismo punto, el momento culminante de la acción, el momento de mayor tensión dramática, con la exposición del significado. Por ello, el desarrollo del microrrelato es óptimo. Nuestro interés por la acción aumenta a medida que avanza la trama, deseosos que nos aclare “a quién quiere disparar ese señor”. Y en el momento que nos dice quien recibe la bala, descubrimos el mensaje y el engaño.


Una vez conocido el significado del texto, el lector puede saborearlo y reflexionar. Y aquí es donde se encuentra una de las que, para mí, es clave fundamental de este género: la historia oculta que subyace tras lo evidente. El relato habla de disparos, de azoteas, de hatillos y cigüeñas. Pero nos sugiere mucho más. Y es ahí donde entra la libre interpretación del lector, donde debe intervenir su imaginación y su intelecto, donde entra en juego el llamado “lector creativo”. Muchas veces he hablado de que soy partidario de un lector no pasivo, que sea parte activa de lo que lee. En este sentido, creo que un buen relato o microrrelato debe ser completado por el lector. Es él el que lo cierra, el que pone el último punto. El que lo asume, lo hace suyo, lo vive y lo incorpora a su corpus intelectual y emocional. O no. Un buen texto puede no cumplir este punto, porque a pesar de ser correcto o incluso una obra maestra, “no nos llega”. Esto puede suceder, y lo ideal es ser capaces de escribir sobre temas que “lleguen” y sean comprendidos por todos, pero lógicamente, es complicado. Y es complicado porque penetrar en el alma de todos “nuestros lectores” para dar un vuelco a sus emociones y espolear su intelecto exige, no sólo una enorme capacidad literaria, si no un gran conocimiento del ser humano.


Algo más concreto, y en referencia al relato que nos ocupa, es evidente que hay una historia que subyace tras lo evidente. Habla sobre el aborto. Con pocas palabras y de manera alusiva, se refiere a ese espinoso tema. Y permite todo tipo de especulaciones sobre la historia que vivieron esos dos personajes. Dentro del ámbito del microrrelato este punto es crucial. Hablamos de historias mínimas, pero historias al fin y al cabo. Y en “El hatillo” hay una gran historia. Seguramente, permitiría la creación de un relato mucho mayor e incluso una novela. Normalmente suele ser una buena señal que un relato hiperbreve sea capaz de esto.


Además trata, como dije, un tema espinoso, pero metaforizado. En torno a la “cigüeña” se fragua una historia que acude al acervo cultural común: (el asunto de las cigüeñas y los bebés). Con ello logra, de manera sutil e inteligente, evitar cualquier tipo de tópico al referirse a un tema tan candente como este. El autor logra “meterse en el barro” del aborto y salir “limpio como una patena”. El autor no pretende moralizar, aunque el conflicto subyacente de los personajes tenga un enorme componente moral. Sin embargo, este solamente esta sugerido y creo, de manera acertada, enfoca toda la historia hacia la metáfora de la cigüeña evitando incidir en el conflicto moral de los personajes, al que quizás sólo se refiere en el momento de “la decisión de Marta” y cuando escribe sobre “el hatillo que llevaba en el pico a mi hijo, a nuestro hijo dentro”.


Esta última frase puede suscitar opiniones contrapuestas. Quizás podría eliminarse. No hacer referencia al hijo. El significado del relato permanecería menos evidente, pero se ganaría sutileza. Sería más propio del “lector creativo” del que hablo más arriba. No obstante, la brutalidad de la frase, y el hecho de hacer hincapié repitiendo dos veces “hijo”, aumenta la profundidad del mensaje y nos sugiere ese “conflicto moral” que tienen los personajes.


Otro tema al que me refiero insistentemente es el del título. En este caso cumple las exigencias de los “expertos” en la materia. Es breve, vago, pero tiene gran carga significativa. ¿Se podría titular “La decisión de Marta”? Tal vez, pero esa frase perdería la fuerza que tiene en el desarrollo de la trama. ¿Y la cigüeña? ¡Nunca! Se arruinaría la progresión dramática que se consigue con el disparo.


Ya hemos hablado del desenlace. Pero, ¿y la última frase? Actúa un poco como el anticlímax en el cine. Después del clímax del disparo, y de desentrañar el significado oculto, esa frase nos conduce sigilosamente hacia el final del relato. Tal vez no sea igual de afortunada que el resto. Pero vuelve a sugerir mucho más de lo que dice con esa “pólvora que desaparece sin luz y sin ruido.” Y además nos aclara que estábamos ante un engaño, ante un suceso fantástico, al describir como el “hatillo desaparece a mitad de camino”.


Otros elementos, como el vocabulario utilizado, no son claves en el desarrollo del relato. Lo utiliza sin alardes, de manera justa. El autor pone mucho más énfasis en otros recursos, especialmente en los recursos narrativos. Y si nuestra intención en nuestras creaciones es ir por este camino, nuestro vocabulario deberá no estorbar. Es decir, si nuestra intención es incidir en la tensión dramática y en la metáfora, no distraigamos al lector con alardes innecesarios que detendrán al lector, en vez de facilitarle, como debe ser, la transición por el camino que nosotros mismos hemos marcado para él.


En relación a esto, algo que se me había quedado un poco en el tintero es el ritmo. No hay ninguna obligación de escribir frases cortas en los microrrelatos. Depende de lo que busquemos. En este caso, el autor encadena una serie de frases cortas para lograr un ritmo acelerado que ayude a la progresión dramática: “Hasta el amanecer no las oí acercarse. Venían dos juntas. Aguardé a que se separaran. Todo se complicaría mucho si no lo hacía (…) Cargué el fusil.(…) Un disparo”. Este recurso me recuerda también al lenguaje cinematográfico moderno, que en ocasiones encadena tomas de muy corta duración, generalmente de pequeños detalles, para ganar ritmo.


Un microrrelato debe ser narrativo, conciso y breve. En eso habíamos quedado ¿no? Este cumple la normativa ISO- 9000. Y en relación a los personajes, la descripción es mínima porque no necesita más. No hay descripción física y sólo un nombre: “Marta”. El no concretar estos detalles permite conseguir mayor universalidad en el mensaje (le podría pasar a cualquiera), además de no perder ritmo narrativo.


Y la voz narrativa en primera persona, también colabora en la verosimilitud de la narración y la empatía generada en el lector.


Bueno, y en definitiva, por todo lo anteriormente expuesto es por lo que me gusta este microrrelato.

08 diciembre 2010

Suyo afectísimo

Recuerda a Papá que baje la tapa de la urna, le pido a Mary Jane mientras una mano enorme la saca de mi lado. Sigo al gato con la mirada. Me quedo sentado sobre la cama ensangrentada de Mary Jane, que a lo mejor me he pasado y la he abierto demasiado, aunque no lo creo, no más que a las otras, y ahora recuerdo, y llamo a Papá, cómo quieres que lo llame, ya estaba aquí cuando llegué, y le digo que no busque más el corazón de Mary, que lo tengo yo, y el gato que no deja de observarme.

24 noviembre 2010

El niño al que se le murió el amigo, de Ana María Matute

Una mañana se levantó y fue a buscar al amigo, al otro lado de la valla. Pero el amigo no estaba, y, cuando volvió, le dijo la madre:


-El amigo se murió.
-Niño, no pienses más en él y busca otros para jugar.


El niño se sentó en el quicio de la puerta, con la cara entre las manos y los codos en las rodillas. «Él volverá», pensó. Porque no podía ser que allí estuviesen las canicas, el camión y la pistola de hojalata, y el reloj aquel que ya no andaba, y el amigo no viniese a buscarlos. Vino la noche, con una estrella muy grande, y el niño no quería entrar a cenar.


-Entra, niño, que llega el frío -dijo la madre.


Pero, en lugar de entrar, el niño se levantó del quicio y se fue en busca del amigo, con las canicas, el camión, la pistola de hojalata y el reloj que no andaba. Al llegar a la cerca, la voz del amigo no le llamó, ni le oyó en el árbol, ni en el pozo. Pasó buscándole toda la noche. Y fue una larga noche casi blanca, que le llenó de polvo el traje y los zapatos. Cuando llegó el sol, el niño, que tenía sueño y sed, estiró los brazos y pensó: «Qué tontos y pequeños son esos juguetes. Y ese reloj que no anda, no sirve para nada». Lo tiró todo al pozo, y volvió a la casa, con mucha hambre. La madre le abrió la puerta, y dijo: «Cuánto ha crecido este niño, Dios mío, cuánto ha crecido». Y le compró un traje de hombre, porque el que llevaba le venía muy corto.

17 noviembre 2010

... o no SER

Mezclas
A mí me empiezan a entrar dudas nada más poner las copas sobre la mesa. Mientras las servía me han llamado al móvil, era Jacinto para preguntarme si ya estaba hecho, si todo había ido bien, y yo que no me distraigas Jacinto, que bastante tengo, y le he colgado. Ahora, con Esteban, durante el brindis por nuestro décimo aniversario, observo el vino que se remueve en la copa y me pregunto si el cianuro no es del todo incoloro o los reflejos que aprecio en mi copa son producto de la luz del atardecer que se cuela por la ventana.


Papeles
A mí me empiezan a entrar dudas, mujer, me parece que los niños no están jugando al escondite con nosotros, y si lo están haciendo se van a enterar cuando los pille, les voy a dar una buena paliza en cuanto consiga salir de este maldito bosque, todos los árboles son iguales, por dios, no hay quien se oriente. ¿Dónde se habrán metido? Mira, ven, creo que he visto un sendero entre aquellos pinos. Deja de llorar, mujer, que me estás poniendo nervioso. Seguiremos el camino, debe de llevar a algún sitio. Espera. ¿Notas el olor? ¿Notas el aroma a dulces, a caramelo, a chocolate?

12 noviembre 2010

Recomendación (Material de Lectura)

El escritor Eduardo Berti publica en su blog la dirección de "Material de Lectura", una revista monográfica editada por la Universidad Autónoma de México y dedicada a cuentistas, que va por el número 82, creo, y cuyos números están disponibles para descargar en PDF. Es un verdadero regalo para todos los que amamos el cuento. He subido el enlace a Facebook, pero a la mayoría de vosotros no os tengo por ahí y lamentaría enormemente que os lo perdiérais sólo por no estar en FB, así que... ahí va. 
Y de regalo un cuento de Dino Buzzati, incluído en su número, el 14.
Sólo, pinchad en el título del post.



LOS SIETE MENSAJEROS



Habiendo salido a explorar el reino de mi padre, día a día voy alejándome de la ciudad, y las noticias que me llegan son cada vez más escasas.

Inicié el viaje poco después de cumplir los treinta años de edad, y más de ocho años han transcurrido, exactamente ocho años, seis meses y quince días de ininterrumpido camino. Creía, al partir, que en pocas semanas llegaría fácilmente a los confines del reino; en cambio, he seguido hallando nuevas gentes y pueblos; por todas partes hombres que hablaban mi propia lengua, que decían ser mis súbditos.

Pienso a veces que la brújula de mi geógrafo ha enloquecido y que pensando avanzar siempre hacia el meridión, en realidad hemos andado dando vueltas alrededor de nosotros mismos, sin aumentar jamás la distancia que nos separa de la capital; esto podría explicar el motivo por el cual no hemos llegado aún a la última frontera.

Pero más a menudo me atormenta la duda de que no exista dicha frontera, de que el reino se extienda ilimitadamente y de que, por más que avance, nunca llegaré a ella. Emprendí el viaje cuando yo tenía más de treinta años; acaso demasiado tarde. Los amigos y mis propios familiares se burlaban de mi proyecto, considerándolo como un inútil dispendio de los mejores años de la vida. En realidad, pocos de mis felices allegados estuvieron de acuerdo en que partiera.

Aunque despreocupado —¡mucho más que ahora!—, me preocupé por mantenerme comunicado, durante el viaje, con mis seres queridos y, entre los caballeros de la escolta, elegí a los siete mejores, para que me sirvieran de mensajeros.

En mi inconsciencia, creía que tener siete de ellos era una exageración. Con el pasar del tiempo me di cuenta de que era todo lo contrario, de que eran ridículamente pocos; y eso que ninguno de ellos ha caído enfermo, ni se ha encontrado con salteadores, ni ha perdido la cabalgadura. Los siete me han servido con una tenacidad y una devoción que difícilmente podré recompensar.

Para distinguirlos fácilmente, los nombré con iniciales alfabéticamente progresivas: Alessandro, Bartolomeo, Caio, Domenico, Ettore, Federico, Gregorio.

No estando acostumbrado a estar lejos de mi casa, mandé al primero, a Alessandro, desde la noche del segundo día de viaje, cuando habíamos recorrido unas ochenta leguas. La noche siguiente, para asegurarme de la continuidad de las comunicaciones, envié al segundo, luego al tercero, después al cuarto, y así sucesivamente, hasta la octava noche de viaje, en la que partió Gregorio. El primero no había regresado aún.

Nos alcanzó la décima noche, mientras estábamos disponiendo el campamento en un valle deshabitado. El retorno de Alessandro me indicó que su rapidez había sido inferior a lo previsto. Yo había pensado que, yendo aisladamente, montando un óptimo caballo, él podría recorrer, en el mismo tiempo, una distancia doble de la nuestra; en cambio, él había recorrido solamente una distancia y media. Mientras nosotros avanzábamos cuarenta leguas, él devoraba sesenta, pero no más.

Lo mismo ocurrió con los otros. Bartolomeo, que partió hacia la ciudad en la tercera noche de viaje, nos alcanzó en la decimoquinta; Caio, que partió en la cuarta, regresó en la vigésima. Pronto pude constatar que bastaba con multiplicar por cinco los días empleados para saber cuándo habría de regresar el mensajero.

Alejándonos cada vez más de la capital, el itinerario de los meses se hacía siempre más largo. Después de cincuenta días de camino, el intervalo entre uno y otro retorno de los mensajeros empezó a espaciarse sensiblemente. Mientras que en un principio veía llegar al campamento a uno de ellos cada cinco días, este intervalo se volvió de veinticinco; de tal manera que la voz de mi ciudad me llegaba cada vez más débil. Pasaban semanas enteras sin que yo recibiera ninguna noticia.

Al cabo de seis meses —después de cruzar los montes Fasani—, el intervalo entre una y otra llegada de los mensajeros aumentó nada menos que a cuatro meses. Ellos me daban ya noticias lejanas; los sobres me llegaban ajados, a veces con manchas de humedad, por tantas noches que había pasado a la intemperie quien me los llevaba.

Seguimos avanzando. En vano intentaba persuadirme de que las nubes que pasaban sobre nosotros eran iguales a las de mi infancia; que el cielo de mi ciudad lejana no era distinto a la cúpula azul que alzaba sobre nuestras cabezas; que el aire era el mismo, igual el soplo del viento, idénticas las voces de los pájaros. Las nubes, el cielo, el aire, los vientos y los pájaros me parecían cosas realmente nuevas y diferentes. Y yo me sentía extranjero.
¡Adelante, adelante! Vagabundos que encontré en las llanuras me decían que las fronteras no estaban lejos. Yo incitaba a mis hombres a no detenerse, apagaba los acentos desalentadores que nacían en sus labios. Habían pasado ya cuatro años de mi partida; una larga fatiga. La capital, mi casa, mi padre, eran algo extrañamente remoto, casi no creía en ellos. Veinte meses de silencio y de soledad se prolongaban ahora entre las sucesivas apariciones de los mensajeros. Me llevaban curiosas cartas apergaminadas por el tiempo, y en ellas encontraba nombres olvidados, modismos que nunca había oído, sentimientos que no lograba entender. A la mañana siguiente, tras una sola noche de descanso, mientras nos poníamos otra vez en camino, el mensajero partía en dirección opuesta, llevándose a la ciudad las cartas que yo tenía listas desde hacía mucho tiempo.

Han transcurrido ocho años y medio. Esta noche estaba cenando solo en mi tienda cuando entró Domenico, sonriente, a pesar de estar muerto de cansancio. Hacía casi siete años que no lo veía. Durante todo este larguísimo periodo no ha hecho otra cosa que correr a través de praderas, bosques y desiertos, cambiando quién sabe cuántas veces de cabalgadura, para traerme ese paquete de sobres que aún no tengo ganas de abrir. Ya se fue a dormir y saldrá nuevamente mañana al despuntar el alba.

Partirá por última vez. En la bitácora he calculado que, si todo sale bien, prosiguiendo mi camino como lo he hecho hasta ahora, y él el suyo, no podré volver a encontrarme con Domenico sino hasta después de que hayan pasado treinta y cuatro años. Para entonces tendré setenta y dos. Pero empiezo a sentirme fatigado y es probable que la muerte me atrapará antes. Así, pues, no volveré a verlo.

Dentro de treinta y cuatro años (más bien antes, mucho antes), Domenico verá las fogatas de mi campamento, inesperadamente, y se preguntará cómo es que yo, mientras tanto, haya recorrido tan poco camino. Como esta noche, el buen mensajero entrará en mi tienda con las cartas ya amarillentas por los años, llenas de absurdas noticias de un tiempo ya sepultado; pero se detendrá en el umbral, viéndome inmóvil, tendido sobre el lecho, con dos soldados a mis flancos, sosteniendo las antorchas, muerto.

Sin embargo, Domenico volverá a partir, ¡y no me digan que soy cruel! Portará mi última despedida a la ciudad que me vio nacer. Eres el vínculo sobreviviente con un mundo que hace tiempo también fue mío. Por los recientes mensajes he sabido que muchas cosas han cambiado, que mi padre murió, que la Corona pasó a mi hermano mayor, que me consideran perdido, que han construido altos palacios de piedra donde estaban las encinas bajo las cuales yo solía ir a jugar. No obstante, sigue siendo mi vieja patria. Tú eres el último vínculo con ellos, Domenico. El quinto mensajero, Ettore, que me alcanzará, si Dios lo quiere, dentro de un año y ocho meses, no podrá volver a partir, porque no tendría tiempo de regresar. Después de ti el silencio, oh Domenico, a menos de que al fin encuentre las anheladas fronteras. Pero mientras más avanzo, más me convenzo de que no existe frontera.

No existe, sospecho, frontera, al menos en el sentido que estamos habituados a entenderla. No hay murallas de separación, valles divisorios ni montañas que cierren el paso. Probablemente voy a cruzar el límite sin darme cuenta, y proseguiré adelante, ignorándolo.

Por eso deseo que Ettore y los demás mensajeros que le sigan, cuando me hayan alcanzado de nuevo, no tomen otra vez el camino de la capital, sino que vayan adelante a precederme, con el fin de que pueda saber lo que me espera.

Desde hace algún tiempo, un ansia me consume por las noches, y no porque eche de menos gozos pretéritos, como me ocurría cuando inicié el viaje, sino más bien la impaciencia por conocer las tierras desconocidas a las que me dirijo.

Voy notando —y no se lo he confesado a nadie—, voy notando cómo día tras día, conforme avanzo hacia la meta improbable, la irradiación de una luz insólita en el cielo, que nunca antes había visto, ni siquiera en sueños; y cómo las plantas, los montes y los ríos que atravesamos parecen hechos de una esencia distinta a la de los nuestros y el aire está cargado de presagios que no puedo explicar.

Una nueva esperanza me empujará mañana aún más adelante, hacia esas montañas inexplorables que las sombras de la noche están ocultando. Una vez más levantaré mi campamento, mientras Domenico desaparezca en el horizonte, por la parte opuesta, para llevar a la lejanísima ciudad mi mensaje inútil.

17 octubre 2010

Queridos amigos

Con gran disgusto y pesar, os comunico que hasta el día 29 estaré de vacaciones. La congoja y las lágrimas que en un pasado no muy lejano habrían emborronado la tinta sobre el papel, casi no me dejan seguir escribiendo. Además, tengo la enorme desgracia de irme de crucero por el Nilo con lo que, como podéis imaginar, la tristeza que me inunda es aún más insoportable. Enfín, lo llevaré lo mejor que pueda.


Para que no os olvidéis de mí he programado tres entradas, esto de la tecnología es la leche, con las que espero contribuir a que estas dos semanitas se os hagan más llevaderas. Yo, por mi parte, dominadas como tengo las técnicas de la resurreción, intentaré aprender cuanto pueda sobre la forma de alcanzar la vida eterna sin necesidad de construír gigantescas pirámides (así cualquiera).


Nos volvemos a ver antes de que os deis cuenta.


Vuestro doctor

03 octubre 2010

Microrrelatos en "Letras de Chile"


Os invito a visitar la excelente revista digital "Letras de Chile", que hoy publica una selección de microrrelatos de un servidor. Tan sólo, pinchad en el título.

29 septiembre 2010

Huelga general

20 septiembre 2010

Sebastian's Voodoo

06 septiembre 2010

Trinos

Es domingo. Pese al cartel, logro que el viejo del parque me venda uno de sus jilgueros. Es un regalo para el abuelo. Creo que le hará compañía, que llenará la casa de sonidos diferentes de los carraspeos constantes y los aires incontenidos. Tres días después, el abuelo muere. De viejo, dicen.
Sé que parece una locura, pero unos días más tarde, para confirmar la duda que, disfrazada de certeza, se ha apoderado de mí, compro otro pájaro al viejo, otro jilguero, blanco y negro, con vetas amarillas y careta rojiza, como el que regalé al abuelo días antes  y se lo doy al vecino del primero, un ser odioso que no puede ocultar su sorpresa y cuya muerte no me hará sentir especialmente mal si son ciertas mis sospechas. No ha pasado ni día y medio cuando el del primero cae fulminado sin que medie enfermedad conocida. De viejo no, oigo que dicen.
Tardo en decidirme pero, al fin, regreso al parque, quiero comprar otro jilguero al mismo viejo que me vendió los anteriores. Negro y blanco, con sus vetas amarillas, careta rojiza. No sólo es el pájaro más hermoso  que he visto nunca sino que su canto hace estremecerse a los muertos. El jilguero trina, engarzando notas en los barrotes de la jaula como si fueran un pentagrama  y todo el mundo se detiene a escucharlo, a admirarlo. El viejo coge la jaula y me la entrega. Alargo la mano libre con el dinero pero el viejo me muestra la palma de su mano derecha, deteniéndome,  mientras niega con la cabeza, con los ojos cerrados.

17 agosto 2010

Pasado

    Hemos recibido carta de Marc. Mamá está en la cocina planchando mi uniforme para que lo tenga listo por la tarde. Ni me acuerdo el tiempo que hace que no sabíamos nada de Marc. Lo cierto es que miento. Sí que lo sé; tres años, once meses y tres días. Y no es que me dedique a contarlos, pero mamá sí. Mamá fue al psiquiátrico municipal a visitar a Marc, como cada día, y se encontró con que le negaban la entrada en recepción. Tras insistir, mamá consiguió que la dejaran ver al doctor Guardado, el psiquiatra de Marc, y fue él quien le explicó que la decisión era del propio Marc, que como mayor de edad que era tenía la facultad de vetar si así lo deseaba sus visitas, limitarlas o anularlas del todo, cosa que había hecho. Marc no quería ver a nadie; ni siquiera a su madre.
    Si digo que no me ha sorprendido recibir carta de Marc, mentiría. El buzón está lleno de facturas y publicidad y la carta de Marc destaca como una jirafa entre cervatillos. Ya nadie recibe correo ordinario. Ya nadie recibe cartas. Va dirigida a mamá pero no pienso dársela sin saber lo que pone. No tengo la más mínima intención de ayudar a Marc a matar de un disgusto a mi madre, así que la oculto en el bolsillo interior de mi cazadora y, tras dejar el resto del correo ordinario sobre el pequeño aparador de la entrada, me dirijo a mi habitación.
    Tras de mí, echo el pestillo a la puerta y me siento en la cama. Cojo aire. Mi habitación es la única interior de toda la casa. A mí me gusta así. No entra la luz del día y el aire se vicia un tanto pero, a cambio, disfruto de un silencio impensable en el resto de la casa. Tampoco necesito mucho; con la conexión a internet, las consolas y un buen sistema de sonido para el iPod mi habitación se convierte en un pequeño ecosistema autosuficiente. Además mamá no se mete en mis cosas. A veces pasamos días sin vernos siquiera. Con papá era distinto, pero papá pasó a la historia hace ya mucho tiempo. Papá siempre quiso controlar y dirigir nuestras vidas hasta que un día se marchó. Desapareció. Sin más.
    Miro la carta de nuevo. No hay duda de que es la letra de Marc y, como jugando con nosotros, ha puesto de remite el Hospital Psiquiátrico de Barcelona.
    Cojo la bolsa del trabajo, para prepararla, retrasando lo inevitable todo cuanto puedo. Meto dentro la porra, las esposas y las botas. Paso la manga de la camisa sobre la placa para que brille un poco; vigilante de seguridad. No es mucho, pero lo suficiente para ayudar a mamá a salir adelante durante estos últimos años.
    Me decido, rompo el sobre y saco una pequeña nota de su interior. Hoy salgo. Así de breve, así de escueto, así de cierto. Miro el matasellos y veo que es de hace tres días. Un vértigo se apodera de mi estómago. Como si mi espíritu saliera de mi cuerpo por el pasillo de casa, polvoriento, sin limpiar desde hace meses, por delante de la cocina vacía, repleta de trastos sin fregar, arrancando jirones de silencio de cada puerta hasta llegar a la entrada, con su pequeño aparador repleto de facturas, de folletos publicitarios que caen al suelo en un goteo de copa colmada, para al final oír el timbre, el graznido de un cuervo que ha recordado un viejo cadáver, y sé que Marc ha vuelto a casa.

21 julio 2010

En el blog de Antón Castro

Antón Castro ha tenido la amabilidad y generosidad de publicar una selección de mis microrrelatos en su blog, aderezados con unas fotos tan estupendas que casi podría hablarse de dos entradas en una. Os aconsejo que os paséis por ahí aunque para muchos de vosotros los micros sean conocidos y, ya que estáis, echadle un vistazo al blog, que está fenomenal. Devuelvo el importe de la entrada si salís sin encontrar nada que os parezca interesante. 
Tan sólo pinchad en el título.

16 julio 2010

Terapia

Carmen se ha sometido a tratamiento de electroshock para curar su depresión. Lo sé porque ella me lo ha contado. Yo, que no tengo formación ni inteligencia, no consigo adivinar qué es lo que convierte una corriente eléctrica en medicina, claro que a Carmen no se lo digo, bastante tiene ella. Lo único que sé con certeza es que las sesiones le producen un terrible dolor de cabeza, lo sé porque ella, la pobre, me lo cuenta. 
Finalizado el tratamiento parece que todo va bien. No me queda más remedio que aceptar que, pese a mi falta de entendimiento, el tratamiento ha funcionado. Hasta tal punto ha sido eficaz que la pobrecita Carmen el otro día se sentía mal, como hacía días que no, e introdujo los dedos en un enchufe para calmarse. Ahora se encuentra mucho mejor.

01 julio 2010

Narrativas 18

Me apetece contaros que acaba de salir el nº 18 de la revista digital Narrativas en la que podréis encontrar excelentes microrrelatos de Rosana Alonso, ínclita comentarista más conocida por R.A., David Moreno, el indio de No Comments y el gran Manuel S. Vicente, de La Espada Oxidada, amén de otros escritores y articulistas que no tengo el gusto de conocer ni digitalmente, incluido yo mismo con un cuento un poco más largo de lo habitual que los que os pasáis por aquí con frecuencia ya habréis leído.
Desde aquí mi reconocimiento y agradecimiento a Carlos Manzano por su abnegado trabajo en el fomento de la literatura.


http://www.revistanarrativas.com/

28 junio 2010

Centenario

Aprovecho que coincide que esta es mi entrada número 100 (lo escribo con números que da sensación de más), y hoy es mi cuarenta y cuatro cumpleaños (lo escribo con letras que parece menos) para subir este post realista y sin trampas, daros las gracias por vuestras visitas, comentarios, generosidad y paciencia, y deciros que en unos días vuelvo con nuevos micros.


Abrazos para todos

21 junio 2010

Imitación

Felipe Gómez Verdasco es, reconocido por todo el mundo, el mejor imitador de Michael Jackson que ha existido nunca. Si no lo creéis, teclead su nombre en Youtube. Es cierto que aún no lo clavaba en el vídeo de Billy Jean, y se puede mejorar su performance de Thriller. Pero la  imagen de su cadáver yaciendo dentro de un ataúd en un cementerio olvidado es tan maravillosa que, durante unos segundos, crees estar observando el proceso de descomposición del mismísimo rey del pop.

17 junio 2010

El hombre del parque

A B. le gusta ir al parque. Siempre al mismo banco, siempre a la misma hora. A B. le gusta observar a la gente, memorizar sus hábitos, sus rutinas.
B. es un tipo moreno, de estatura y peso normales. Siempre viste vaqueros y camiseta y, ahora, en invierno, una cazadora sencilla. No habla nunca si no es imprescindible y consigue pasar desapercibido, como desea.
El sólo mira, graba en su cerebro lo que ve, selecciona y elimina, busca. Sin dejar que de su rostro escape un sólo gesto.
A las cinco de la tarde el parque se llena de niños que acaban de salir del colegio. Todos ellos van acompañados por sus madres o abuelas. B. prefiere este parque a otros porque los niños y niñas casi nunca van acompañados por sus padres. Los padres se aburren pronto de las conversaciones de las mujeres, de jugar o estar pendientes de su hijo, y se acercan al primer hombre que ven para hablar de fútbol, de política, o de lo mal nacido que es el jefe. B. no sólo no tiene el problema de aburrirse en el parque sino que disfruta de su visita. Un día tras otro aprende algo nuevo, cada día añade detalles nuevos al mapa de costumbres que va creando en su cabeza. Costumbres ajenas. Costumbres de madres. Costumbres de niños.
Tras semanas de observación, sabe que la madre del niño pegón del parque también es la que más habla en el corro de madres, y la que menos pendiente está de su niño. Sabe que Ángeles y Paula, desoyen a menudo los consejos de mamá y se alejan unos cincuenta metros al este, junto a la fuente, donde se sientan al pie de un árbol. Sabe lo que merienda cada uno de los niños, quién prefiere lo dulce a lo salado, y dónde prefieren ocultarse cuando juegan al escondite.
En invierno anochece temprano. No son ni las seis de la tarde y el día va perdiendo una claridad apenas suplida por las farolas.
Las madres comienzan a batirse en retirada. Llaman a sus hijos y gritan que es hora de ir a casa, a bañarse, a cenar. A descansar. En unos minutos sólo un niño se balancea en los columpios. B. se levanta del banco, más ágil de lo que hasta ahora parecía y se dirige hacia él. El niño lo mira, frena el balanceo y baja del columpio. B. le tiende una mano que el niño coge sin dudar.
-Es tarde cariño. Mamá nos espera.

10 junio 2010

Incomprensión

El  niño, arrodillado sobre la hierba, enreda con un palo en un hormiguero, disfruta fascinado del caos bullicioso de vida en miniatura.
Un apicultor extrae panales de la colmena, rodeado por abejas que lo sobrevuelan, lo toleran, se posan sobre él, respetuosas, guiadas por un solo pensamiento, una sola idea.
La naturaleza observa satisfecha a decenas de miles de ñus que migran desde Serengeti hasta las praderas de Masai Mara escuchando la llamada de la muerte para muchos de ellos, llenando de vida el camino que recorren.
Un dios observa la gran ciudad saturada por la vida de pequeños seres humanos que continuamente tratan de reordenarse como si su existencia no los satisficiera.
UNO escruta a los dioses, analiza sus movimientos pero estos le resultan incomprensibles, como nos ocurre, a veces, con un hormiguero azuzado por un palo, una colmena respetuosa, una migración de ñus cumpliendo su destino, una ciudad supurando hombres.

09 junio 2010

Crisis

El funcionario accionó el conmutador. En la silla eléctrica, Mike Kill, asesino confeso de más de treinta adolescentes, dio un respingo. El alcaide, el cura, el médico que debía certificar la muerte, se giraron hacia el funcionario pero éste se limitó a señalar el conmutador: accionado. Sin embargo Mike no sintió más que un breve cosquilleo, un pequeño calambre que primero lo indignó y luego comenzó a hacerle reír como no lo hacía desde niño. Y así durante horas.
Algunos de los familiares de las víctimas tuvieron que ser atendidos; no estaban preparados para algo distinto a convulsiones y humo saliendo por la coronilla de Mike.

06 junio 2010

Costumbre

Clara no se quedó tranquila, viendo la cara de duda de los Pons, así que subió corriendo las escaleras que quedaban hasta nuestro rellano, en busca del álbum de fotos. Mientras, yo los miraba y les decía que sólo sería un momento, que esperaran unos minutos por favor. La imagen del álbum, abierto de par en par, sobrevolando la escalera, produjo un desmayo a la señora Pons y el señor Pons olvidó su arterioesclerosis y bajó las escaleras de dos en dos hasta el portal. Olvidé, como siempre, que los demás no están acostumbrados a ver a Clara tan transparente.

31 mayo 2010

Ausencia

Carles hace girar la silla de ruedas ciento ochenta grados y vuelve a repasar cada una de las dos docenas de piezas que le quedan por colocar. Las coge, las voltea, las mira por todos los ángulos que le ofrecen, como un gemólogo analiza un diamante, y las vuelve a dejar sobre la mesa de la sala. Se diría que sabe perfectamente cuál es el lugar que corresponde a cada una pero está disfrutando del momento, dilatándolo, recreándose tras más de dos meses de trabajo. En el sofá, Nieves sostiene el portátil sobre los muslos y teclea con agilidad de mecanógrafa mientras oye la tele. Ni sabe ni le importa el canal que tiene puesto. Ahora está absorta en el trabajo, en sus tablas y sus cuentas, en sus proyectos. Sólo el tecleo sobre el portátil, el ocasional chirrido de las ruedas de la silla de Carles y el murmullo de la tele rompen un silencio que hace tiempo que ha dejado de ser cómodo, y mucho menos cómplice. Nieves pregunta a Carles si quiere cenar. Nieves come muy poco desde hace un par de meses. Está adelgazando. También Carles ha bajado de peso, claro que en su caso no es exactamente adelgazar lo que ha hecho, aunque también. Nunca ha querido preguntar cuánto pesa una pierna o cuánto deja de pesar un cuerpo sin la pierna derecha. Tres kilos o cuatro, calcula. Preguntarlo le haría sentirse como de compras en una carnicería.
Carles, concentrado en las piezas, alza la mano sin levantar la vista de la mesa para pedir a Nieves que espere un poco pero ésta no advierte el gesto y sigue hablando sola y le dice que a ella le da igual, que en realidad no tiene hambre y no va a cenar, que lo decía para que él se preparara lo que quisiera sin esperarla. Carles sacude la cabeza, afirmando. Coge una pieza con tres salientes y un entrante y la acerca lentamente a uno de los huecos que quedan en este tetris horizontal. Entra dócil, con suavidad. Desde que perdió la pierna nada ha encajado en su vida con esa perfección. Más bien todo se ha desencajado y ha quedado como un edificio de oficinas tras un terremoto. Devastado, desordenado, víctima de un caos a veces imperceptible desde el exterior.
Encima de la mesa sólo quedan ocho piezas sin colocar. Nieves apaga el ordenador y se queda mirando la tele, con el portátil cerrado en su regazo. Se frota el nacimiento de la nariz con los dedos pulgar e índice de la mano derecha y no llega a abrir la boca porque Carles se le adelanta y le dice que vaya a acostarse si quiere, que él irá enseguida, mientras mueve las piezas que le quedan por encajar en el puzzle como si fueran los cubiletes de un trilero. Nieves se acerca a la mesa y ve que el puzzle está prácticamente terminado. Le dice que pensaba que no sería capaz de acabarlo. Carles le contesta que él también, mientras encaja una nueva pieza delante de ella, una pieza blanca por completo, del mismo color que todas y cada una de las diez mil que completan el puzzle. Nieves besa la frente de Carles desde arriba, detrás de él, agarrada a las asas de la silla y, después, se dirige hacia la puerta de la sala. Carles lleva la mano derecha al lugar donde su mente recuerda haber tenido una pierna y toca el asiento de cuero. Le dice a Nieves que si mañana tiene tiempo de pasarse por la tienda le compre otro puzzle. Nieves le pregunta cómo lo quiere, le pregunta si ha pensado en algo especial esta vez. Carles, mientras juguetea con una pieza entre los dedos, una pieza blanca, inmaculada, le contesta que lo quiere igual que éste último. Nieves se lleva el dedo índice de la mano derecha a la boca y se lo mordisquea.
—Pero en negro —añade Carles, sin levantar la vista de la mesa, mientras Nieves sale de la sala y desaparece en su habitación.

Viaje en el tiempo

Cuando despertó el dinosaurio, todavía estaba allí.

23 mayo 2010

Intuición

Ella habla con las plantas. Mira con cuidado que los tiestos sean suficientemente grandes para que crezcan sin problemas, para que no se sientan prietas. Les da abono, se preocupa de que tengan bastante agua, pero tampoco demasiada para que no se encharquen, no se ahoguen y se pudran. Cuando llega la época, las poda con mimo, explicándoles que es necesario, que todo lo hace por su bien, para que renazcan de nuevo. Hoy, al salir a la terraza, he notado que los tallos se inclinaban levemente hacia mí, que las flores se me orientaban; creo que lo sabe.

17 mayo 2010

Favores

Por favor, sea breve, dijo lady Walcott al verdugo enano, John Ketch, a la vez que alargaba hacia él una bolsa con veinte monedas de oro. John no miró a lady Walcott, sólo anudó la bolsa en su cinto, tras sopesarla en su pequeña mano derecha, e hizo un gesto de asentimiento con la cabeza, lord Walcott no sufriría.  Después cerró la puerta tras de sí y se sentó en la silla de brazos que coronaba la pequeña mesa rectangular donde, cada víspera,  afilaba su herramienta de trabajo.

14 mayo 2010

Reticencias

Por favor, sea breve, dijo el tío Toño sin darse cuenta de que pensaba en voz alta. Mamá lo miró severa, con desaprobación, tía Matilde le pellizcó el brazo para que se callara y el padre Constantino alzó sus ojos un segundo de la biblia que tenía en las manos, sin dejar de leer el pasaje del evangelio según san Juan donde se relataba la resurrección de Lázaro. No tardé en darme cuenta de que el tío Toño sabía lo que decía porque no había pasado un minuto cuando Severino, el difunto, abrió los ojos y se incorporó en el ataúd como si acabara de despertarse de la siesta.

10 mayo 2010

Reflejo

Despierto en el lado de la cama contrario al que me acosté. Parece que la noche fue más movida de lo que recuerdo. Me levanto sin despertar a Bea y me sirvo de la cafetera que dejé hecha ayer. Depués voy al baño, me lavo la cara y me miro en el espejo. Cojo la cuchilla con la mano izquierda, para afeitarme, pero me detengo y me miro las manos, extraño. Veo a mi doble al otro lado del espejo y decido, de momento, fingir que soy su reflejo.

04 mayo 2010

Recomendación

A todos los que tenéis el valor de pasaros por aquí os recomiendo que pinchéis en el título de la entrada y leais el post del día 3 de mayo del blog "La Nave de los Locos", donde, cortesía de Fernando Valls, encontraréis dos magníficos microrrelatos de Hugo García Saritzu, un estupendo escritor cuyo blog, "Vell Talp" , no os deberíais perder.

02 mayo 2010

Ironía

El fantasma del inventor del gps vaga por la Tierra, sin descanso, incapaz de encontrar el camino hacia la Luz.

19 abril 2010

Electricidad estática

Entro en el metro con los cascos puestos, con el chisporroteo de la radio en mis oídos, incapaz de sintonizar ninguna emisora. Cierro los ojos y merodeando alrededor de la estática capto voces, primero, y después las oigo con claridad. Psicofonías directas del averno, sin duda. O, tal vez, sólo sea mi vecina de asiento, contando sus desdichas y mezquindades a una amiga que, pese a todo, parece más viva que muerta.

05 abril 2010

Adultopsia

¿Pero qué os pasa? ¿Os parezco muerto? Sara, menos mal que has venido, cómo me alegro de verte. Diles que no estoy muerto, que esto ya me ha ocurrido otras veces, que despertaré en unos días. Vamos Sara, díselo. O díselo tú, Kike. Pero tú no eres Kike. Acércate un poco más que no te veo bien. ¿Quién coño eres tú? ¿Y qué haces con mi Sara, por qué la abrazas? ¿Cariño qué haces abrazada a ese poli? ¿Por qué no le dices que no me pasa nada? ¿Por qué estás de acuerdo en que me hagan la autopsia?

29 marzo 2010

Próxima estación, Penitents

¡Imbéciles!
Mira a la parejita que se le ha sentado enfrente, en el metro, y no puede evitarlo. Con las manos en el regazo los observa y adivina sufrimiento en las caricias torpes, anticipa dolor donde ahora sólo hay goce y placer.
La pareja comienza a sentirse incómoda, observada, y el chico está a punto de decir algo, pero ella lo frena, quiere una tarde tranquila. 
El hombre se apoya en el asiento para levantarse. Sólo entonces separa las manos. Sólo entonces, los chicos, ven con asco que le falta el dedo anular de la mano derecha.

03 marzo 2010

Descreados

Casi lo había olvidado. Debe de ser por la impresión que me causó la muerte del último hombre en la Tierra. Yo no tuve nada que ver. Los siguientes días se extinguieron los animales, los peces, las aves hasta que el planeta quedó desierto. El sol y la luna se vieron inmersos en un eterno eclipse que sumió todo en la más absoluta oscuridad. Mañana, jueves, acabaré con la vegetación, total para qué, para quién. Así que sólo me quedará hacer barro con la tierra y el agua y, el sábado, fundiré la noche con el día. El domingo te dejaré mi sitio, Jesús, hijo mío.

01 marzo 2010

Motivación

Bicho gafoso de mierda, le dije. Entonces me miré en los cristales de sus anteojos y vi al cucaracha, como me decían entonces por ir siempre vestido de negro. Vi mis dientes torcidos y recordé a los niños llamándome tiburón y huyendo de mi lado como si temieran que los fuera a devorar allí mismo. Vi mis brazos largos, mis piernas arqueadas y recordé cómo me decían maguila gorila. 
Pero, al fin, era yo el que tenía cogido al bicho de la pechera y no podía echarme atrás. Porque si lo hacía a la cucaracha, el tiburón y maguila tendría que añadir el gallina.

*Otro de tantos intentos fallidos. No es fácil llegar a la final en este concurso, pero por probar que no quede.

El primo Carlos

Además me voy a chivar a mis padres, digo. El primo Carlos es el mejor del mundo. Sabe los juegos más divertidos y me encanta ir a su casa, sobre todo cuando no están sus papás y podemos jugar al escondite, al balón en el pasillo y saltar sobre las camas. Los tíos son muy buenos pero se enfadan si gritamos mucho y hacemos ruido, más cuando el tío Fran está viendo la peli del oeste.
Hoy el primo Carlos se ha inventado un juego nuevo. Yo estoy enferma y él me cura. Pero me ha hecho daño ahí abajo.

*Lo cierto es que nunca albergué muchas esperanzas de que "El primo Carlos" pudiera ser del gusto del jurado, pero lo escribí, y aquí os lo dejo.

25 febrero 2010

La culpa

Roche ha muerto, oigo decir a Mar, la administrativa que ha entrado a las seis, en el turno de mañana del depósito de coches. Habla por teléfono con un hilo de voz, susurrando como lo haces cuando estás violando un secreto. De un infarto.
Entro en la oficina y Mar me mira pero no me hace caso, sólo constata que he escuchado lo que está diciendo y se siente culpable, como si Roche no habría muerto si ella hubiera sabido mantener la boca cerrada. Le hago un gesto con la mano para que no se preocupe, vuelvo a mi garita que está comunicada con la suya por una puerta y le doy la espalda al sentarme. Tengo cosas que hacer y trabajaremos juntos durante ocho horas. Habrá tiempo.

Mar, pese a levantarse a las cuatro y media de la mañana, llega siempre maquillada y arreglada al trabajo como si tuviera una cita. Ya has oído ¿verdad?, dice, con esa mirada de pobre de mí que usa para sacar a los seguratas todo lo que quiere. Iba a decirle que sí, que cómo era posible, que ayer mismo lo vi y que parecía estar mucho mejor, que a los hombretones como él, con sólo cuarenta y dos años, el corazón no se les para, que parece una broma de mal gusto, pero no soy capaz de decir nada porque una congoja horrible me aprisiona la garganta, sólo acierto a ajustarme la corbata de mi uniforme de soldadito, por hacer algo con las manos, y se me escapa un gemido de tristeza y enfado y confusión.
Termino de rellenar el informe diario y salgo a que me dé el aire, a respirar un poco porque el nudo que tengo está creciendo y temo que de un momento a otro me impida respirar. Voy a la máquina de café intentando evitar las lágrimas. No quiero llorar. Sólo quiero un café bien caliente, un cigarrillo, qué tendrá la mierda de tabaco que tras meses sin fumar ni un pitillo hay momentos en que parece ser lo único que te puede hacer la vida soportable; y sobre todo quiero apartarme de Mar, quiero alejarme de ella porque estoy a punto de decir algo que no debo, algo que los dos pensamos desde que nos han dado la noticia y que no queremos decir porque en cuanto lo hagamos será realidad, porque aun no siendo ciertas, las palabras le darán cuerpo y para siempre será verdad aunque lo cierto sea tan sólo que Roche se ha muerto, que lo ha hecho de un infarto al corazón, de miocardio, como si hubiera otras muertes que no implicaran que el corazón se te pare.

Veo entrar un coche en el depósito. Son las siete menos cuarto así que debe de ser Pablo, el jefe. Es el único que llega tan temprano además de los médicos que trabajan en el hospital de Vall d’Hebron que está justo frente a nosotros y que hacen uso del parking que comparte espacio con el depósito. Los gruistas han ido desfilando, despacio, hacia el vestuario pero hoy me hago el ocupado, evito hacer las bromas de cada día, me las ingenio para no cruzarme con ellos cuando van llegando, sobre todo con Pedro. Ayer mismo Pedro trabajó con Roche, solían ir juntos en la grúa. Aunque, si he de decir la verdad, hacía tiempo que nadie quería trabajar con Roche.
El jefe entra en su despacho y cierra la puerta. Sólo me asomo un segundo para pedirle el servicio del día y tras un breve saludo pulsa el botón Enter de su ordenador para imprimirlo y me lo da. Roche está incluido en el servicio, con la grúa ciento ochenta y ocho, de ayudante de Pedro como venía haciéndolo últimamente. Se lo devuelvo a Pablo, joder no me he dado cuenta, dice y lo oigo teclear otro nombre, no sé si Pedro querrá irse a casa, si no, se me ha quedado suelto, llamaré a Carlos a ver si tiene un ayudante libre. Me devuelve la hoja, estaba jodido desde hace tiempo, dice y vuelve a sus tablas, a sus cálculos, al número de coches ingresados por grúa. Claro que estaba jodido. ¿No lo habrías estado tú?
A Mar se le ha corrido todo el maquillaje. Se lo digo y coge la llave del baño. Bastante enfadada viene la gente a pagar los ciento cincuenta euros de la grúa como para que parezca que les está atendiendo una versión femenina del Joker.
Miro por la ventana. Por la zona donde están las máquinas de café y de comida se aprecia movimiento pese a que aún no asoma el sol por el horizonte. Una de las cosas de bueno que tiene el depósito donde trabajo es que está al aire libre. Los depósitos subterráneos te dan una sensación de claustrofobia que no siempre es fácil de llevar. Te sientes aislado del mundo de modo que la vida interior del depósito se convierte en lo único plausible, sólo un rumor de motores, de tacos mal disimulados y de dinero cambiando de manos, si sólo pisaba diez centímetros del paso de cebra.
Veo salir a Pablo del despacho, no te vayas por favor, y me dice que tiene que ir a casa a buscar las gafas, que las ha olvidado. No es el único que ha olvidado algo. Roche también ha olvidado venir. Tal vez se le ha cambiado el turno. Tal vez esté en el infierno de los gruistas.
Llega el operario del parking y lo veo pararse con Ramón, lo veo llevarse las manos a la cabeza, casi le oigo abrir los ojos y mentir con ellos, joder qué fuerte pero cómo, y no acaba la frase porque no hay frase que acabar. Unos segundos más tarde me saluda, hola Toni, qué tal, te has enterado, y yo digo que sí con la cabeza la muevo hacia abajo y como si tuviera muelles me rebota, dos o tres veces, cada vez un poco menos, ¿quieres un café, cortado, sin azúcar?, y se va hacia la máquina.
Pablo sube a la moto del servicio, la arranca, se coloca el casco y sale hacia casa. Las gafas dice. Los ciudadanos cabreados no han comenzado a llegar así que puedo seguir dándole vueltas a la cabeza puedo seguir pensando en Roche, maldito Roche, cobarde de mierda.

Hace cinco años le compró una moto a Pau, su hijo. Joder hoy en día los críos tienen que tenerlo todo. Vaya moto, sus frenos de disco, sus dos cilindros, su escape modificado, el limitador de velocidad eliminado por sólo un poco más y su ataúd de pino y el sentimiento de culpa para Roche, el dolor para siempre, el dolor por haber matado a su hijo. Sólo tardó dos semanas en estrellarse contra un muro, para que no dejara de quererle. Culpable.
Creo que no volví a oírle reír. Durante meses ni siquiera sonreír. Su cara se convirtió en una máscara grotesca donde los ojos, la nariz, la boca no eran más que oquedades muertas. Roche.
Reparto las grúas en la antigua garita del CAS. Sin bromas ni protestas. Nadie se queja de la grúa que le doy ni del compañero que tiene asignado. Sólo Paco tuerce el gesto pero antes de que abra su bocaza le digo que si tiene algún problema hable con Pablo, que le llame por teléfono porque ha olvidado las gafas y se ha ido a casa a buscarlas. Miro hacia la garita y Mar vuelve a hablar por teléfono; con alguna compañera, o con su marido, o tal vez ha conseguido contactar con Roche desde el más allá.
Roche tuvo un brote, así lo llamaban, como si le estuviera saliendo una planta en alguna parte del cuerpo. Se volvió violento. La mayor parte del tiempo parecía normal pero a veces, de repente, sin saber por qué, ni siquiera él sabía por qué, se volvía loco. No llegó a hacer daño a nadie pero hubo un momento en que era imposible encontrar a alguien que quisiera trabajar con él. Nadie quería trabajar con él. Nadie quería verse en él. Porque Roche era el tío más querido de todo el depósito, el mejor compañero, el más bromista. Roche hacía que trabajar resultara un poco menos jodido. Y ahora parecía Satanás encarnado, un tentetieso de humores que nunca sabías hacia qué lado estaba inclinado.
Reúno un poco de valor y regreso a la garita. El del parking está haciendo el arqueo y prefiero no distraerle pese a que me muero por hablar con alguien. Oigo a Mar que cuelga. Te has enterado de algo, le digo, sabes algo más, un infarto vuelve a decirme, sólo eso, se acostó bien, sí, de puta madre pienso, no hay más que verlo, y Mar se echa a llorar otra vez qué burro soy, perdona es que me duele.

El día del accidente estaba yo de servicio. Un día tranquilo, como tantos. Roche había entrado en la oficina de administrativos para darle a Patricia una denuncia. Entonces vio, a través del cristal, una grúa que traía la moto de Pau, destrozada, un amasijo de cables, hierros y goma doblada. Roche se quedó mirándola, era imposible que la hubiera reconocido pero supongo que el corazón, el maldito corazón, se le disparó como una alarma de intrusión, supongo que empezó a sentir que se le salía por la boca y comenzó a andar hacia la zona M donde dejan las motos más destrozadas, primero despacio y cada vez más rápido, y dio un par de vueltas alrededor de aquello en que se había convertido la moto de Pau, buscando algún número de la matrícula, o la pegatina de la tienda donde la compró o cualquier detalle que lo sacara de la duda que lo estaba ahogando, menuda hostia, le dice el compañero que está ingresando la moto, y el chaval, lo han traído aquí enfrente pero yo creo que buff, estaba muy mal y Roche lo coge del pecho, la matrícula, dime la matrícula Paco, y Paco mira sus notas, se la dice y Roche la memoriza y va corriendo a la oficina y le dice a Patricia, la administrativa, que cuelgue el teléfono y mire quién es el titular de esa moto, que cuelgue el maldito teléfono y mire esa matrícula en el IMH, y Patricia lo mira asustada, hasta Pablo ha salido del despacho para ver qué pasa, los gritos, los gritos, y Patricia dice Pau pero no sigue porque ve el apellido y se da cuenta y Roche grita, joder, aún oigo el eco de esos gritos en mi cráneo, como si le estuvieran cortando un brazo, como si la muerte se le hubiera agarrado al pecho y tirara de él, sin soltarlo. Y silencio. Unos segundos. Es aún peor. Roche sale corriendo. Al hospital de Vall d’Hebron. Enfrente. Con Pau.
Pasó meses de baja. Volvió varias veces, intermitentemente, y de nuevo al vacío, al agujero. Caminaba envarado, rígido, supongo que consecuencia de las pastillas que no saben de selección cuando se trata de tranquilizar. Lo tranquilizan todo, hasta la calma y entonces caminas sin mover los hombros, despacio, con la vista clavada en el suelo, y hablas bajo, como si a nadie en el mundo le interesara lo que dices, pero todo el mundo supiera lo que necesitas, todo el mundo te dice que hay que seguir adelante, que todos tenemos problemas y una palmadita en la espalda. Y que das miedo Roche, aunque nadie se atreva a decírtelo.
 

Son las diez y Pablo ha encontrado sus gafas, o al menos ha regresado. Mar recupera el ritmo normal de trabajo y atiende a la gente que se acerca a ventanilla. El chico del parking se afana en reparar una de las barreras de entrada que le está dando problemas y la chica de la limpieza intenta pasar desapercibida que es lo mejor que puede hacer la chica de la limpieza. Las grúas van cogiendo coches en la calle y los traen al depósito y yo intento que los ciudadanos sean seres humanos civilizados, cabreados pero civilizados. Y me enfado, aunque tampoco mucho, porque, en el fondo, a todos nos alegra que Roche, de morirse, lo haya hecho de un infarto.

20 enero 2010

Alucinación

Mientras recojo mi destino del frío suelo de la cocina noto a Charo abrazada a mi espalda. Vuelvo a alzarlo lo más que puedo, lo acerco al fluorescente para verlo a contraluz. Parece un cuadro de Warhol de su cerebro pero en negativo. Le muestro a Charo la mancha que sale en su lóbulo frontal y siento sobre mi hombro la humedad de las lágrimas que me atraviesan. Me doy la vuelta, la miro a los ojos y le pido que no se asuste, que según el doctor tal vez sufra alucinaciones. La beso. Acaricio su cráneo suave, liso, sin un solo cabello. Estoy contigo. Y desaparezco.

15 enero 2010

Cocaine

¡¡¡Sniff!!!
De pequeño esperaba durante todo el año a los Reyes Magos. Ahora sólo me importan los camellos.
¡¡¡Sniff!!!    

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