27 agosto 2011

Duelo

Me despidieron hace tres semanas, pero mantengo mi rutina. Salgo de casa hacia las ocho, con mi traje de vendedor de enciclopedias y un maletín de muestras que poco a poco, con los días, comienzan a quedar desfasadas. Desayuno en una cafetería que hace esquina cerca de la plaza Francesc Maciá y, después, desmigo un bollo de pan que dejo caer mientras paseo, como si temiera no poder encontrar el camino de vuelta a casa. Mis hijos se empeñan en decirme que Gloria ha muerto, pero yo sé que no, que la que falla es mi cabeza, que comienzo a olvidarlo todo y que, cuando regrese después del trabajo, la encontraré como siempre, sentada en el sofá, delante de la tele.

15 agosto 2011

"Locus Amoenus" de David Roas

La tarde es deliciosa. Tras un largo día de calor, una leve brisa refresca el ambiente. Sentado en un banco del parque, disfruto a solas y en silencio de un momento casi perfecto.
El cuerpo de la niña se estrella a mi lado con su característico ruido de fruta madura. Miro hacia arriba. El segundo cuerpo —el de un niño esta vez— cae unos instantes más tarde, a pocos metros del banco. Después cae otro, y otro más. La tormenta ha empezado.
 
* No las tengo todas conmigo en que este texto sea un microrrelato. En cualquier caso es una imagen perturbadora, poderosa.
En "Distorsiones" publicado por Páginas de Espuma.

12 agosto 2011

Y volver al río


La mujer hace la colada en la orilla, al cabo del sendero. Ya no le queda nadie así que rara vez tienen ropa que lavar, pero es lo que ha hecho siempre, es lo que se hace en el pueblo cada día a primera hora, cuando el río desciende perezoso y el agua helada contribuye a que el ritmo de trabajo sea ágil. Después el sol lo secará todo con sus rayos. Simplemente es así.
Oye pasos y un canturreo familiar, un leve crujido de ramas y una melodía rota que sobrevuelan el murmullo del agua, y se vuelve. Es Toribio. Este, cuando la reconoce, se queda mudo, se le cae el pitillo liado de la boca entreabierta y da unos pasos hacia atrás, trastabilla y se abre la cabeza contra una roca.
La mujer lo mira con curiosidad antes de volver a lo suyo. Porque no era eso lo que pretendía. No albergaba ningún deseo de venganza. Tan solo buscaba lo que le queda: la costumbre de lavar la ropa por la mañana, cuando el río baja perezoso y helado, antes de que el sol comience a calentar.

11 agosto 2011

"Rueda de reconocimiento" de Manuel Espada

Entonces reconocí la mirada de la fotografía. Era aquel cerdo del callejón. El policía asintió con la cabeza y le dio el retrato a otro agente. "Dicta una orden de busca y captura", le dijo. A la semana siguiente me llamaron para una rueda de reconocimiento. Me pusieron tras un cristal y entraron cinco hombres. "¿Cuál de ellos lo hizo?", me preguntaron. Dudé un instante, pero después de examinar los ojos de todos lo tuve claro: "El de la camisa azul". A los otros cuatro los soltaron, pero yo seguí al del jersey rojo hasta su casa. Saqué las tijeras y le dije: "¿Te acuerdas de mí?" 

* En "Zoom", editorial Paréntesis.

10 agosto 2011

"El país y el progreso" de Adolfo Bioy Casares

Anoche cuando volvía a casa, me pareció que había desembocado en la calle Tucumán del siglo pasado, aún más pueblerina y más pobre que la actual. En este país, que hasta ayer progresaba, la situación se repite de vez en cuando, y uno se encuentra en lugares cuya desolada modestia corresponde a un álbum de fotografías viejas.

* En "La mano de la hormiga", antología a cargo de Antonio Fernández Ferrer.

09 agosto 2011

"Los cuartos infinitos" de Gabriel García Márquez

Cuando estaba solo, José Arcadio Buendía se consolaba con el sueño de los cuartos infinitos. Soñaba que se levantaba de la cama, abría la puerta y pasaba a otro cuarto igual, con la misma cama de cabecera de hierro forjado, el mismo sillón de mimbre y el mismo cuadrito de la Virgen de los Remedios en la pared del fondo. De ese cuarto pasaba a otro exactamente igual, cuya puerta abría para pasar a otro exactamente igual, y luego a otro exactamente igual, hasta el infinito. Le gustaba irse de cuarto en cuarto, como en una galería de espejos paralelos, hasta que Prudencio Aguilar le tocaba el hombro. Entonces regresaba de cuarto en cuarto, despertando hacia atrás, recorriendo el camino inverso, y encontraba a Prudencio Aguilar en el cuarto de la realidad. Pero una noche, dos semanas después de que lo llevaron a la cama, Prudencio Aguilar le tocó el hombro en un cuarto intermedio, y él se quedó allí para siempre, creyendo que era el cuarto real.

* Texto extractado de "Cien años de soledad" e incluido en la antología "El libro de la imaginación" por Edmundo Valades.

08 agosto 2011

"Provisiones" de Julio Jurado

Aquella mañana, el cebo que utilizaba por primera vez el pescador le trajo una agradable sorpresa.
Una sirena de ojos coralinos y todavía adolescente llevaba el anzuelo como un adorno, atravesando sus labios amoratados. Seducido por el canturreo lastimoso de la sirena, la subió a su pequeña embarcación y, tras arroparla con mucha delicadeza con su chaquetón marinero, enfiló la proa en dirección al puerto. Ardía en deseos de llegar a casa, y en esta ocasión no echó un trago en la taberna.
Cuando el pescador rebasó la puerta con su trofeo, se sintió el hombre con más suerte del mundo, pues en los días que siguieran su familia podría elegir, sin penurias, qué llevarse a la boca. Casi todos comieron carne hasta hartarse. Sólo la hija más pequeña no quiso modificar sus costumbres, y pedía, cada vez que le preguntaban: ¡De la parte que es pescado! 

* En "Andar por el aire" de Gens Ediciones.

07 agosto 2011

"Rebajas" de Isabel Mellado

Fui a comprarme un abrazo en las rebajas, pero no tenían mi talla. Solo había uno rosado y tupido que me quedaba ancho. La vendedora trató de persuadirme para que lo comprara, argumentando que era calentito y muy práctico, porque me permitía llevar mucho sentimiento puesto. Además, por la compra de uno me regalaban un apretón de manos u otras partes del cuerpo. Sonaba tentador, pero debía pensarlo. Entre tanto fui a otro mostrador a oler las sensaciones de la temporada otoño-invierno que este año son de tendencia claramente bucólica derrotista, con un deje de minimalismo bélico. Ojalá me alcance el dinero para alguna mala intención, un par de sospechas y al menos una corazonada.

* En "El perro que comía silencio" editorial Páginas de Espuma.

06 agosto 2011

"La timidez" de Jacques Sternberg

Tenía tal preocupación por no causar molestias que volvió a cerrar la ventana detrás suyo, después de haberse lanzado al vacío, desde lo alto del sexto piso.

*En los "Cuentos glaciales" editorial La Compañía.

04 agosto 2011

"Desconfianza ciega" de Ginés S. Cutillas

Somos un modesto equipo de fútbol que entrenamos por las noches. Tan modestos somos que llevamos varios meses con una mitad del campo completamente a oscuras.
En más de una ocasión hemos sido testigos de cómo arreglan los focos, pero siempre surge alguna nueva avería que devuelve ese trozo de terreno indefectiblemente a las sombras.
No tuvimos más remedio que acostumbrarnos a entrenar en la parte iluminada.
El problema surge cuando las pelotas extraviadas acaban en el lado oscuro y algunos jugadores van a buscarlas rebasando la frontera que traza la luz. Nunca más volvemos a saber de ellos: simplemente desaparecen, como si la negrura se los tragara.
Perdimos de esta manera a casi todos los suplentes -los más fáciles de embaucar-, así que obligamos al club a comprar más balones para que, al menos, pudiéramos acabar los entrenamientos y convencimos al utillero de que cada mañana recogiera los que habían pasado la línea y los trajera de vuelta.
Una noche nos quedamos pronto sin balones. Conscientes de que no había más ingenuos entre nosotros, decidimos dar por finalizado el ejercicio y comenzamos a retirarnos cabizbajos de la cancha, pero entonces ocurrió lo inesperado: alguien nos lanzó la pelota desde el otro lado. Perplejos, uno de nosotros la pateó devolviéndola a la oscuridad. A los pocos segundos estaba de vuelta.
No tardamos en organizar los partidos de entrenamiento con nuestros compañeros desaparecidos. Les lanzamos petos azules y rojos para que se los repartieran, igual que hicimos nosotros a este lado, y montamos dos equipos.
Desde aquí, nos limitamos a pasar el balón a la otra parte donde sabemos que ellos siguen con nuestras jugadas y esperamos, agudizando el oído, a que vuelva a aparecer para seguir nosotros con las suyas.
Cuando oímos que gritan gol, los defensas de aquí lo celebran levantándose la camiseta y haciendo el avión. Estamos convencidos de que allí los delanteros hacen lo mismo.
A veces, con la embriaguez del tanto, nos dan ganas de cruzar el límite para celebrarlo juntos, pero no nos fiamos: ¿por qué no lo hacen ellos?


*En "Un koala en el armario", editorial Cuadernos del Vigía.

03 agosto 2011

"La montaña" de Enrique Anderson Imbert

El niño empezó a treparse por el corpachón de su padre, que estaba amodorrado en la butaca, en medio de la gran siesta, en medio del gran patio. Al sentirlo, el padre, sin abrir los ojos y sotorriéndose, se puso todo duro para ofrecer al juego del hijo una solidez de montaña. Y el niño lo fue escalando: se apoyaba en las estribaciones de las piernas, en el talud del pecho, en los brazos, en los hombros, inmóviles como rocas. Cuando llegó a la cima nevada de la cabeza, el niño no vio a nadie.
-¡Papá, papá! -llamó a punto de llorar.
Un viento frío soplaba allá en lo alto, y el niño, hundido en la nieve, quería caminar y no podía.
-¡Papá, papá!
El niño se echó a llorar, solo sobre el desolado pico de la montaña. 

*En "El gato de Chesire".

02 agosto 2011

"Hablaba y hablaba..." de Max Aub

Hablaba, y hablaba, y hablaba, y hablaba, y hablaba, y hablaba, y hablaba. Y venga hablar. Yo soy una mujer de mi casa. Pero aquella criada gorda no hacía más que hablar, y hablar, y hablar. Estuviera yo donde estuviera, venía y empezaba a hablar. Hablaba de todo y de cualquier cosa, lo mismo le daba. ¿Despedirla por eso? Hubiera tenido que pagarle sus tres meses. Además hubiese sido muy capaz de echarme mal de ojo. Hasta en el baño: que si esto, que si aquello, que si lo de más allá. Le metí la toalla en la boca para que se callara. No murió de eso, sino de no hablar: se le reventaron las palabras por dentro.

*De su libro "Crímenes ejemplares".

01 agosto 2011

Trippers fron the Crypt

Acaba de salir de imprenta, goteante y caliente, el nuevo Vinalia: Trippers from the Crypt, con el suplemento Masters of Horror adjunto.

Cerca de 80 autores, entre narradores, poetas e ilustradores, dan rienda suelta a sus más bizarras fantasías en este monográfico de horror que os helará la sangre en las venas.

Podéis adquirirlo a partir de ya en los puntos habituales de venta (los encontraréis en el enlace que os dejo de Vinalia), o pedirlo por correo a:

vinaliatrippers@yahoo.es

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