Somos un modesto equipo de fútbol que entrenamos por las noches. Tan
modestos somos que llevamos varios meses con una mitad del campo
completamente a oscuras.
En más de una ocasión hemos sido testigos de cómo arreglan los focos, pero siempre surge alguna nueva avería que devuelve ese trozo de terreno indefectiblemente a las sombras.
No tuvimos más remedio que acostumbrarnos a entrenar en la parte iluminada.
El problema surge cuando las pelotas extraviadas acaban en el lado oscuro y algunos jugadores van a buscarlas rebasando la frontera que traza la luz. Nunca más volvemos a saber de ellos: simplemente desaparecen, como si la negrura se los tragara.
Perdimos de esta manera a casi todos los suplentes -los más fáciles de embaucar-, así que obligamos al club a comprar más balones para que, al menos, pudiéramos acabar los entrenamientos y convencimos al utillero de que cada mañana recogiera los que habían pasado la línea y los trajera de vuelta.
Una noche nos quedamos pronto sin balones. Conscientes de que no había más ingenuos entre nosotros, decidimos dar por finalizado el ejercicio y comenzamos a retirarnos cabizbajos de la cancha, pero entonces ocurrió lo inesperado: alguien nos lanzó la pelota desde el otro lado. Perplejos, uno de nosotros la pateó devolviéndola a la oscuridad. A los pocos segundos estaba de vuelta.
No tardamos en organizar los partidos de entrenamiento con nuestros compañeros desaparecidos. Les lanzamos petos azules y rojos para que se los repartieran, igual que hicimos nosotros a este lado, y montamos dos equipos.
Desde aquí, nos limitamos a pasar el balón a la otra parte donde sabemos que ellos siguen con nuestras jugadas y esperamos, agudizando el oído, a que vuelva a aparecer para seguir nosotros con las suyas.
Cuando oímos que gritan gol, los defensas de aquí lo celebran levantándose la camiseta y haciendo el avión. Estamos convencidos de que allí los delanteros hacen lo mismo.
A veces, con la embriaguez del tanto, nos dan ganas de cruzar el límite para celebrarlo juntos, pero no nos fiamos: ¿por qué no lo hacen ellos?
*En "Un koala en el armario", editorial Cuadernos del Vigía.
En más de una ocasión hemos sido testigos de cómo arreglan los focos, pero siempre surge alguna nueva avería que devuelve ese trozo de terreno indefectiblemente a las sombras.
No tuvimos más remedio que acostumbrarnos a entrenar en la parte iluminada.
El problema surge cuando las pelotas extraviadas acaban en el lado oscuro y algunos jugadores van a buscarlas rebasando la frontera que traza la luz. Nunca más volvemos a saber de ellos: simplemente desaparecen, como si la negrura se los tragara.
Perdimos de esta manera a casi todos los suplentes -los más fáciles de embaucar-, así que obligamos al club a comprar más balones para que, al menos, pudiéramos acabar los entrenamientos y convencimos al utillero de que cada mañana recogiera los que habían pasado la línea y los trajera de vuelta.
Una noche nos quedamos pronto sin balones. Conscientes de que no había más ingenuos entre nosotros, decidimos dar por finalizado el ejercicio y comenzamos a retirarnos cabizbajos de la cancha, pero entonces ocurrió lo inesperado: alguien nos lanzó la pelota desde el otro lado. Perplejos, uno de nosotros la pateó devolviéndola a la oscuridad. A los pocos segundos estaba de vuelta.
No tardamos en organizar los partidos de entrenamiento con nuestros compañeros desaparecidos. Les lanzamos petos azules y rojos para que se los repartieran, igual que hicimos nosotros a este lado, y montamos dos equipos.
Desde aquí, nos limitamos a pasar el balón a la otra parte donde sabemos que ellos siguen con nuestras jugadas y esperamos, agudizando el oído, a que vuelva a aparecer para seguir nosotros con las suyas.
Cuando oímos que gritan gol, los defensas de aquí lo celebran levantándose la camiseta y haciendo el avión. Estamos convencidos de que allí los delanteros hacen lo mismo.
A veces, con la embriaguez del tanto, nos dan ganas de cruzar el límite para celebrarlo juntos, pero no nos fiamos: ¿por qué no lo hacen ellos?
*En "Un koala en el armario", editorial Cuadernos del Vigía.
Este es un micro extraño. Recuerdo que lo disfruté en el libro; creo que hace ahora un año.
ResponderEliminarDigo extraño porque da la impresión de estar pulido, pero no podado. En parte es a causa de cómo yo escribo, en parte de cómo leo, pero me da la impresión de que el estilo aquí deja de lado la aguda precisión -parca a veces- la brevedad extrema de la frase directa, para dar paso a párrafos más sencillos, menos concentrados. Puede ser el narrador el que narra así, sin más, y es un logro transmitirlo. No sé.
Me gusta, eso sí, porque es un micro para recordar, sin necesidad de memorizar. Aunque reconozco que siempre tengo un conflicto con frases como la primera, en la que un sujeto plural conforma un sujeto singular que ejerce un verbo en plural (somos un equipo que entrenamos...); sea cual sea la construcción correcta, siempre me suena extraña.
Creo, de todos modos, que el Koala es un libro obligatorio de mesilla, que lleva a la espalda el ser finalista del Setenil.
Abrazos
Me encanta este micro de Ginés.
ResponderEliminarBuena elección.
Abrazos
Un microrrelato especial.
ResponderEliminarTodos lo son. Pero este tiene ternura, miedo, esperanza, desolación.
Saludos.
Magnífico microrrelato. Esconde un misterio simple, pero narrado de una forma precisa que envuelve al lector en el enigma. Tomo parte.
ResponderEliminarGracias por traerlo, Jesus. Ese libro no se consigue en mi país.
Es endiabladamente bueno.
ResponderEliminarWow este cuento me fascinó lo leí con una gran sonrisa, muchas gracias por compartirlo. ¡Saludos!
ResponderEliminarMe gustó mucho a mí El Koala, y tiene una virtud: saber a poco, no cansar.
ResponderEliminarMuxuk
Es un relato muy profundo. Me parece interesante. Un libro que tengo que encontrar!!!!
ResponderEliminarGracias, doctor.
Me ha parecido genial. Lo he leído una vez y después otra, y he saboreado el contenido y las formas.
ResponderEliminarDa gozo sentir ese ritmo, ese fluir.Por gustarme.., me han gustado hasta las comas y los puntos...