26 mayo 2011

De palabra

Y ¿cómo me niego, cariño?
Se me presenta en la puerta con su bastón, el bolso enlazado en el brazo izquierdo y las llaves de casa tintineando. ¿Qué podía decirle?
Sólo me pedía que le recogiera el correo y bajara dos o tres veces por semana para regar las plantas y dar de comer al gato. Claro, lo otro no me lo dijo, no, de aquello ni media palabra. Sí, ya sé que a ti te dan alergia los gatos, que no piensas entrar en ese piso, que es cosa mía. ¿Cómo iba a sospechar que en el cuartito del fondo tenía a dos niños enjaulados? ¿Cómo imaginar que la maldita bruja me iba a dejar un cartel en el que me pide, por favor, que las dos criaturitas no dejen de engordar?

24 mayo 2011

Sostenibilidad

El juez bosteza, lo mira de reojo, cada vez más jóvenes, masculla, y firma la orden.
Todo cambió con el decreto de sostenibilidad humana de junio del 34. El mundo capitalista no pudo superar la crisis generada por la burbuja inmobiliaria de principios de siglo y los dirigentes mundiales, incapaces de equilibrar la recuperación económica con las políticas sociales, fueron sustituidos, primero en las encuestas y luego en las elecciones, por gestores para los que somos poco más que números, cuentas que cuadrar.
Un agente le retira la documentación  y le entrega una mochila con uniforme,  zapatillas y un pequeño neceser. Hasta el final ha mantenido la esperanza de ser una de las excepciones, sin fortuna. Escucha con atención las instrucciones del juez y se sienta fuera del juzgado  a esperar al transporte. Desconoce el destino de este viaje, sólo sabe que nadie regresa. Pide permiso para encender  un pitillo.

21 mayo 2011

Expiación

Sobre la cruz de la tumba de Humberto Blasco se posa un pájaro negro, más grande de lo que deben ser los pájaros para no ser temibles.
Rodean la lápida el abogado que no pudo defender la inocencia de Humberto, el fiscal que lo acusó con inteligencia, los nueve ciudadanos justos que tras escuchar a las partes dictaron el fallo de culpabilidad y el juez que lo condenó a muerte. Todos ellos, junto con el redactor jefe de “El Planeta”, fueron protagonistas de un espectáculo perverso, carroña para los cuervos. Por eso, cada aniversario de la ejecución de Humberto, obligados a repetirlo una y  otra vez, se reúnen alrededor de su tumba y tratan de darle un juicio justo donde las intuiciones y las sospechas no derroten lo irrefutable.
Todo es en vano. Se retiran hundidos, como una procesión que aguantara sobre sus hombros un peso insoportable.

17 mayo 2011

Deja vu

La pequeña se nos extremó el sábado.
Era algo que temíamos que ocurriera desde hacía tiempo pero, pese a todo, nos cogió de sorpresa. El alarido de la peque nos hizo dar un respingo, crucé con Carla una mirada rápida de reproche y salimos corriendo hacia el salón, mi mente galopaba a toda velocidad, casi deseaba que sólo se hubiera hecho daño, que el sillón le hubiera mordido la manita que ella acostumbraba a tener metida entre los cojines. Aunque en realidad sabía lo que ocurría.
La peque gritaba, un grito agudo, desmesurado, sostenido, y se tiraba de los pelos. Marga la abrazó, yo apagué el televisor sin entender cómo habría descifrado el código de encendido y me quedé mirándolas a las dos con una descorazonadora sensación de deja vu. Después descolgué el teléfono y llamé al correccional para que vinieran a buscarla mientras aguantaba la mirada a Carla, pidiéndole perdón.
Por las noches, Carla se despierta y se incorpora en la cama. Le pido que esté tranquila, que piense que la peque no está sola, que pedí que la pusieran con sus dos hermanas y ellas cuidarían de ella. Y le digo también que si quiere podemos volver a intentarlo, pero ella se acuesta de nuevo y me da la espalda.

10 mayo 2011

Guerra y paz

Este gordo ocupa mucho lugar y éste y éste también, y el abuelo arroja por los aires “Crimen y castigo”, “La Regenta” y la biblia que adoraba la abuela. Yo no le llevo nunca la contraria al abuelo y me uno a él, “¿te ayudo, abuelo?” y comienzo a vaciar la biblioteca, a lanzar libros por los aires. El abuelo sonríe satisfecho cuando cree que hay espacio suficiente y me hace un gesto para que le ayude a colocarlo. Después nos sentamos en el sillón y nos quedamos mirándolo. Le digo, como un cencerro, abuelo, pero él me mira tranquilo.

04 mayo 2011

Escalofrío

Este gordo ocupa mucho lugar, dice Jimmy encaramado a la rama del árbol  y, sin darme casi tiempo a reaccionar, agarra al petirrojo y lo lanza al aire, riéndose de la torpeza del animal, de su batir de alas inútil. Consigo recogerlo con mi propia camiseta, una camiseta que como casi todo lo que tengo, la ropa, los juguetes, los libros del colegio pintarrajeados, he heredado de Jimmy. Vuelvo la vista hacia arriba y deseo que resbale y se caiga antes de colocar el petardo en el nido. Con tantas fuerzas lo deseo que, sin querer, aplasto al pajarillo entre mis manos.

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