Bajo las escaleras de dos en dos, me he vuelto a dormir, y me cuelo en el vagón sobre el pitido, por la grieta menguante de las puertas que se cierran. Encuentro un sitio libre, en el metro a las ocho de la mañana; tal vez todo cambie por fin. Al sentarme me desinflo en un largo suspiro y lo oigo de nuevo, un día más, ¡ai hooooo!, ¡ai hooooo! Y al mismo tiempo que el metro inicia la marcha todos cantamos ¡ai hooo!, al unísono, ¡aiho aiho vamos a trabajar!, y como cada mañana me siento incómodo al principio, me siento ridículo, pero sólo al principio porque la alegría nos la vamos pasando, no parecemos alegres y sin embargo nos contagiamos hasta que cantamos con entusiasmo, ¡ai hooo!, convencidos, ¡ai hooo!, mientras el metro avanza hacia las entrañas de la Tierra, ¡vamos a trabajar!, y los túneles, convertidos en galerías de una mina, se inundan de esta música absurda hasta llegar a la profundidad de nuestro destino y detenernos para bajar del convoy en fila, caminamos pico en mano, pala al hombro, otros arrastran carretillas y comenzamos a extraer minerales, piedras preciosas u horrendas, tanto da porque la escasa luz de los farolillos apenas nos permite distinguir nuestros rostros tiznados donde los blancos de los ojos refulgen, igualan las razas diferentes y los cánticos que no cesan, el ¡ai hooo! que se oye con fuerza, rebota por las galerías y nos anima a seguir adelante una hora y otra hasta que el sudor amenaza con sustituir a la carne y convertirnos en fluidos inútiles y entonces cambia la letra, que no la melodía, y nos acompaña de nuevo al vagón del metro que nos espera, ¡ai hooo ai hooo!, para devolvernos a la superficie, ¡a casa a descansar!, y a la vuelta cantamos bajito, en susurros, tan justos vamos de fuerzas. De regreso en la estación, ¡ai hooo ai hooo!, las escaleras mecánicas averiadas, ¡a casa a descansar!, y ahora subimos de una en una que es para lo que quedan fuerzas y llegar a casa destrozado, pero con ese punto de esperanza y entrar, como cada noche, en nuestra habitación de respiraciones profundas y olores espesos para encontrarla dormida, desde hace meses, y rozar sus labios con los míos.
Hola, Jesus:
ResponderEliminarLuego volveré por aquí para leer tu cuento. Esta nota era para invitarte a mi blog. Te dediqué un experimento inspirado por tu visión de las operaciones en Libia.
Abrazos,
P
Un gran escritor incide en la realidad como tú lo has hecho hoy. En nuestro imaginario, ya nada será igual cuando vayamos a coger el tren, el metro o el autobús para ir a trabajar. Ni tampoco cuando lleguemos agotados y encontremos a nuestra princesa o príncipe durmiendo. Es un texto magnífico. Más de alguno tarareara mañana tu aihoo camino del trabajo. Genial.
ResponderEliminarAbrazos.
Tal y como dice Agus, yo me sentiré como un enanito más, has puesto una plantilla de actualidad sobre el clásico, casando las piezas. Abrazos.
ResponderEliminarExcelente Jesús, sombreros fuera. Y el final "para encontrarla dormida, desde hace meses, y rozar sus labios con los míos" que nos hace pensar en princesas durmientes o en esposas con distinto turno de cama, es exquisito.
ResponderEliminarUn abrazo repleto de admiración
¿Dónde están los enanitos? No son siete, cómo no son siete las princesas durmientes que no se despiertan con un beso. Excelente micro con carga social, Jesus.
ResponderEliminarAbrazos.
Yo también voy en metro cantando a trabajar. Soy una enana que vuelve hecha polvo, pero no lo encuentro dormido desde hace meses. Esa suerte tengo.
ResponderEliminarBesos cantarines.
Mal de muchos.... todos cantando al trabajo jajajaja me ha encantado. Y el final, como decía Rocio, da para mucho.
ResponderEliminarSaludillos gigantes
Muy bueno, Jesus. Es cierto que no consuela nada tener que ir a trabajar aunque sea cantando a coro el ai hooo (que suena de hecho lo mismo que ay, jo...) pero llegar a casa ya es otro cantar (esta vez, sí), con la promesa del verdadero reposo tan cerca...
ResponderEliminarAbrazos
PS: Mientras tú estás con Blancanieves yo ando con un micro caperucito. :-)
Muy buena tu versión. Ese "el sudor amenaza con sustituir a la carne y convertirnos en fluidos inútiles" me ha tocado, chico.
ResponderEliminarLo de trabajar no tiene mucho remedio, lo de ir cantando a trabajar...puf, creo que prefiero bailar "Fiebre del sábado noche" pero puede pasar más o menos; pero... que el principe o la princesa no se despierte cuando la beses en los labios, durante meses, eso...eso es lo peor, con diferencia.
ResponderEliminarDe modo que...prefiero ser Lola Sanabria a otro cosa.
Un beso.
Quiero destacar de este excelente texto una característica técnica: la ausencia de puntos y la intercalación de las voces que inciden en el ritmo. Cuando se lee, a uno lo envuelve, igual que la tierra a los protagonistas. Esa identidad entre tema y forma, esa ayuda que se prestan ambas facetas del texto, es esencial en todo texto con altas pretensiones literarias. Y este micro pertenece a esa categoría.
ResponderEliminarHacía mucho tiempo que no arrojaba mi cráneo porque en una semana lo arrojé siete veces, pero ya me recuperé, así que ahí va.
Abrazos admirados,
PABLO GONZ
Al principio pensé que era un sueño y ya estaba imaginándome tu esperanza de encontrar a tu vuelta a esa mujer ausente desde hace meses.
ResponderEliminarPero leyendo los comentarios entiendo que te has quedado dormido y todo cobra otro sentido. Bastante cotidiano por cierto. La prosa genial, como siempre.
Saludos!
He visto la escena en mi cabeza, Jesus, la he visto. Y lejos de parecerme esperpética, me ha parecido creíble, porque en el fondo creo que todos los he cogemos el metro para ir a trabajar en el fondo nos sentimos unos putos enanitos que van y vienen cada día de la mina, a darle al pico-pala, un día tras otro. Me ha gustado, por lo plástico, y por lo crítico.
ResponderEliminarEl triste cuento de la rutina diaria. Buen punto de vista. Demasiado real y certero.
ResponderEliminarBesos
Vaya,lo leí el otro día pero no veo mi comentario así que algo haría, ya me conoces... Un relato muy realista y muy bien contado, la cerdad es que me has hecho recordar, cuando cogíatodos los dias el tren. Muy bueno. Muxuk
ResponderEliminarHola Jesus:
ResponderEliminarTarde -nada nuevo-, pero aquí estoy, cumpliendo como un "gitano legítimo" (Lorca dixit).
Tomar como tema los cuentos de hadas ha sido el recurso de más de uno y de cincuenta mil escritores de micros. Generalmente sus resultados aburren o espantan de tanto ingenio.
En es este caso, tomas la parte popular de La Bella Durmiente -cuento tremendamente cruel y cabrón de los hermanitos Grimm, nada que ver con la patochada carca y caramelera del filonazi Walt Disney-, los enanitos.
Te destaco dos aspectos. Uno técnico, muy bien realizado: la apertura del espacio mágico con la puerta del metro -"la grieta menguante", gran hallazgo!!!- y que luego de la jornada de trabajo será esa misma puerta la que devuelve al protagonista a su realidad pura y dura, que intentará en vano estirar hasta "su bella durmiente".
El otro aspecto es temático: la resignación. La resignación colectiva. Nadie pone en duda la razón última de todo aquello. Todos van con el cantito a su mina particular a extraer no importa qué porque ese qué ni es ni será nunca suyo. En ese sentido está muy bien planteada la cuestión irónica desde el título al discurso con el que protagonista intenta salvar su identidad.
Xaval, has salido ileso de esta excursión a la mina del cuentito de los Grimm. Respecto al experimento con los cuentos de hadas siempre he pènsado que lo mejor es "no meneallo".
Y no me enrrollo más .
nos seguimos leyendo,
salut,
hugo
Muchas gracias a todos por los comentarios.
ResponderEliminarUn abrazo.
Ese espectáculo en el metro no pienso perdermelo...
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