27 diciembre 2013

Tradiciones

Tras los rezos del domingo todos acuden a la verja que delimita la mansión de los Fuerte, en la salida sur de Olvido. Y cuando digo todos, digo todos: musulmanes, judíos, mormones y toda la variopinta gama de cristianos se agolpan en la verja para ver el almuerzo dominical de los Fuerte, del señor y la señora Fuerte y los dos pequeños y el perro y el servicio que los atiende. Ellos almuerzan como si ni vieran a los olvidados, da la sensación de que representan una función, se diría que todo aquel lujo y ostentación carecen por completo de significado para ellos y tan sólo actúan para los del pueblo. Y los olvidados observan en silencio, atentos, respetuosos, paralizados por un recuerdo reprimido en lo más recóndito. Sólo los más viejos muestran cierta inquietud y temen casi tanto como desean, que alguien entre en los terrenos de los Fuerte. Y esto es así, sobre todo, porque aún recuerdan lo que la mayoría conoce sólo como un cuento que prefiere no creer. Recuerdan el día que Luisito, el de los Argañán, entró en el jardín a coger la pelota que se les había ido a los niños Fuerte junto a la verja. Recuerdan la mirada que los pequeños Fuerte clavaron en Luisito y el paso decidido con el que comenzaron a caminar hacia él. Recuerdan la sonrisa perversa, los aullidos, la carrera animal, la caza de Luisito por la espalda mientras éste intentaba saltar al otro lado de la verja, los mordiscos en el cuello, en la cara, en el pecho, en el vientre; recuerdan la sangre, la piel arrancada; recuerdan el silencio, el horror mudo, el cielo rojo.


Recuerdan, no sin cierta vergüenza, un cosquilleo placentero. 

1 comentario:

  1. Me quedo de piedra, que gran final inesperado.
    Historia narrada magistralmente y que captura desde un principio.

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