23 diciembre 2013

Cultura

Eran legendarias las tertulias del café Arte. Brillantes, apasionadas, crueles, violentas. No pocas veces los críticos literarios Baena y Quincoces, organizadores de las veladas, terminaban a puñetazo limpio acompañados por una cohorte de admiradores que casi nunca mostraba verdadero interés más que en la trifulca del final. El pueblo estaba dividido en dos: los baenianos y los quincoceros.

Hasta la prohibición.

Aquella tarde de agosto el café Arte estaba repleto, nadie quería perderse la tertulia crítica del último libro de Pedreño, autor que exacerbaba aún más las diferencias entre Baena y Quincoces. El calor era tremendo, sólo cabía intentar olvidarse de él bebiendo mucho más de lo que podría considerarse prudente, y la disputa se salió de madre. Tras la pasión, la brillantez, la crueldad y la violencia (pugilística) habituales, alguien sacó un revólver (argumento de peso, qué duda cabe) y después vinieron las navajas, los cayaos y las más que socorridas botellas rotas, con lo que las mesas de mármol y las baldosas arlequinadas del café Arte acabaron cubiertas de sangre, intestinos y algún resto de masa encefálica. Después de aquello, el alcalde de Olvido, baeniano convencido por más que quisiera aparentar neutralidad, prohibió las tertulias; aunque, no os engañéis, sólo fue una decisión estética. Con los dos grandes críticos de Olvido muertos y enterrados no había riesgo de que volvieran a sucederse altercados en el café Arte; ni siquiera tertulias. Y es que en Olvido, excepción hecha de Baena y Quincoces, nunca nadie leyó un libro.


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