El abuelo acaricia los árboles que contrapuntean la acera.
Lo hace cada día, al salir de casa, camino del huerto. Y me cuenta que cuando
él era niño, los árboles paseaban por la calle como cualquiera de los
habitantes de Olvido, desfilaban felices por los caminos, se mezclaban con los
del pueblo y regresaban al bosque cuando les placía. Hasta que en la esquina,
donde el bar del Toribio, colocaron un semáforo.
y luego otro y otro más. Hasta formar un bosque metálico.
ResponderEliminarUn abrazo, Jesus
Bien representado el símbolo del progreso en esos semáforos que pueblan (qué coincidencia, poblar de pueblo) nuestras ciudades.
ResponderEliminarMe gusta la serie Jesús.
Un saludo indio
Mitakuye oyasin
Me parece muy acertada la paradoja que presenta este micro, Jesús. El progreso como fin de la interrelación.
ResponderEliminarAbrazos.
Interesante la forma en que "semáforo" le da una completa explicación a la actitud de los árboles.
ResponderEliminarLo que está claro es que antes que nosotros estaban los árboles - de algún lado tuvimos que bajar - y no me extrañaría nada que la cosa fuera así, como la cuentas, y que los árboles camparan a sus anchas, en su hábitat natural. Tampoco me extrañaría nada que al vernos, decidieran quedarse ahí, quietecitos, inmóviles, haciendo la fotosíntesis y echando flores, por si acaso. Quizá tendríamos que volver a subir, y que las cosas fueran como antes.
ResponderEliminarAbrazos.
Me encanta este texto, tan cortito, tan tierno y con sabor a cuento oral. Veo que toma forma tu segundo libro, con esa contraposición pueblo-ciudad.
ResponderEliminarMuxuak!