Despierto con el gemido de la puerta al abrirse y veo la silueta de Félix en el umbral. Estoy a punto de llamar al celador cuando Félix enciende una de las cerillas de la gran caja que no sé cómo consigue robar en la cocina y se la acerca a los dedos hasta que el olor a chamuscado impregna la habitación. Me levanto de la cama y, de un manotazo, le tiro la caja medio abierta de la que salen disparadas las cerillas y quedan dispersas por el suelo. Doscientas cuarenta y ocho. No sé cómo ni por qué, pero lo sé. Félix me mira con la infinita paciencia de quien no comprende lo que ve y le importa un comino no hacerlo. Después se arrodilla y me ayuda a recogerlas.
Un micro que deja en el lector una sensación de tristeza profunda, Jesús. Nos llevas a una situación límite de los personajes y -al menos en mi caso- la desazón se prende y cuesta soltarla.
ResponderEliminarUn abrazo,
Pues sí. Lo que dice Pedro, se queda uno hecho polvo. Desconocemos las reglas y la cultura de esa institución (sabemos que es algo de eso por el celador). Y como estamos en el lado de acá de a locura no sabesmos interpretarla y eso nos produce miedo.
ResponderEliminarUn abrazo, Jesús y Pedro
Jesús,
ResponderEliminarLlego tarde pero a tiempo a esta lectura, espero. Estoy de acuerdo con lo que dicen mis compañeros de comentarios... A mí me queda una pequeña duda inicial sobre si habré entendido el micro o no y de inmediato, sin más, decido que me gusta porque me estremece, me llega el olor a quemado y el frío de la celda/habitación que no se menciona pero se percibe.
Felicidades y abrazos navideños admirados