20 marzo 2015

Arsenal (*)

El polvo y el humo de los recientes bombardeos impiden ver el pueblo. Hay que saber que está ahí para poder entrar en sus calles vacías. Sólo quedan algunos hombres mutilados o inservibles por la edad, un puñado de niños cuya guerra es contra el hambre y las mujeres que, quién sabe por qué, se han quedado paralizadas, como si hubieran echado raíces en el lugar donde se encontraban cuando el movimiento se les extravió sin remedio. El alguacil recorre las calles en una ronda inútil. Unos metros más adelante ve a una mujer, apoyada contra el muro de su casa como un contrafuerte de carne y hueso. Lleva un vestido tosco, humildísimo, un delantal, la cabeza cubierta por un pañuelo y tan orientada hacia el suelo que no se distingue si tiene los ojos abiertos. El alguacil llega a su altura y se queda mirándola. Se acaricia la barriga y pasea la mirada alrededor para comprobar que nadie lo ve. Con la palma hacia arriba, recoge el pecho derecho de la mujer que ni se inmuta. Lo presiona con la punta de los dedos, el pezón se convierte en una bocina ignorada. Repite la misma operación con el pecho izquierdo. La mujer no se mueve un centímetro. El alguacil se encoge de hombros, y sigue con lo suyo. A unos cincuenta metros, un hombre sin pierna izquierda y ayudándose por una muleta, atraviesa la calle. Una niña pequeña corre detrás de él y lo sigue a duras penas. 


(*) Este texto es una torpe recreación de las primeras escenas de "Arsenal", película de Alexander Dovzhenko de 1928. Sirva de homenaje además de desvergonzado plagio.

31 diciembre 2013

Red de jeito

Las mujeres de los pescadores se sientan en el muelle, al borde del agua, y reparan los agujeros de las redes de sus maridos para que, al atardecer, puedan salir de nuevo a faenar y haya comida un día más sobre la mesa. En ciertas intersecciones, cuidadosamente elegidas, sustituyen el cáñamo por algunos de sus propios cabellos que se arrancan de un tirón seco mientras entonan melodías tristes y oscuras. Con esta sencilla ceremonia protegen a los hombres del embrujo al lograr que las sirenas que quedan atrapadas en la red, junto a centenares de sardinas, mueran decapitadas.

30 diciembre 2013

Kind of black

Desgrana la melodía mientras deambula por el escenario apuntando la trompeta hacia la tarima, como lo haría un zahorí con su vara en busca de agua. Se detiene en un lugar concreto y comienza dibujar la improvisación, una filigrana de escalas, arpegios y acordes donde la disonancia trabaja por la coherencia. De espaldas al auditorio, la trompeta comienza a generar un remolino que perfora el suelo y atrae al público reunido en la sala, lo succiona como un agujero negro que ni siquiera deja que escapen la luz y el tiempo. Después, durante el solo de contrabajo, las manecillas de los relojes vuelven a moverse y todo parece un mal sueño.
Por si acaso, antes de que retome el tema melódico central, todos huyen despavoridos sin darse cuenta de que ya no hay ningún lugar a dónde ir.

27 diciembre 2013

Tradiciones

Tras los rezos del domingo todos acuden a la verja que delimita la mansión de los Fuerte, en la salida sur de Olvido. Y cuando digo todos, digo todos: musulmanes, judíos, mormones y toda la variopinta gama de cristianos se agolpan en la verja para ver el almuerzo dominical de los Fuerte, del señor y la señora Fuerte y los dos pequeños y el perro y el servicio que los atiende. Ellos almuerzan como si ni vieran a los olvidados, da la sensación de que representan una función, se diría que todo aquel lujo y ostentación carecen por completo de significado para ellos y tan sólo actúan para los del pueblo. Y los olvidados observan en silencio, atentos, respetuosos, paralizados por un recuerdo reprimido en lo más recóndito. Sólo los más viejos muestran cierta inquietud y temen casi tanto como desean, que alguien entre en los terrenos de los Fuerte. Y esto es así, sobre todo, porque aún recuerdan lo que la mayoría conoce sólo como un cuento que prefiere no creer. Recuerdan el día que Luisito, el de los Argañán, entró en el jardín a coger la pelota que se les había ido a los niños Fuerte junto a la verja. Recuerdan la mirada que los pequeños Fuerte clavaron en Luisito y el paso decidido con el que comenzaron a caminar hacia él. Recuerdan la sonrisa perversa, los aullidos, la carrera animal, la caza de Luisito por la espalda mientras éste intentaba saltar al otro lado de la verja, los mordiscos en el cuello, en la cara, en el pecho, en el vientre; recuerdan la sangre, la piel arrancada; recuerdan el silencio, el horror mudo, el cielo rojo.


Recuerdan, no sin cierta vergüenza, un cosquilleo placentero. 

26 diciembre 2013

Bosque de tubos de metal

Durante el recreo, los niños juegan en la estructura metálica que hay en el centro del patio. Todos ellos lo hacen. Y obedecen las órdenes de don Braulio de no jugar a otra cosa que no sea vagar por el interior de la estructura metálica, una malla de cubos que lejos de ser infinita no tarda más que unos minutos en convertirse en una prisión de la que no es posible escapar. Al menos así le gusta verla a don Braulio. Como una cárcel en la que tiene controlados a todos los pequeños que, a veces, se acercan al perímetro de la estructura, a veces asoman la cabeza, pero sólo hasta que su mirada se encuentra con la de don Braulio y vuelven al interior de la estructura, a trepar y a descender, a permanecer en el encierro, a ver como propios los ojos asustados de sus compañeros de juegos.

24 diciembre 2013

Soledad

Se alegró cuando supo que nadie se había dado cuenta de su muerte; en realidad, nada había cambiado.

23 diciembre 2013

Cultura

Eran legendarias las tertulias del café Arte. Brillantes, apasionadas, crueles, violentas. No pocas veces los críticos literarios Baena y Quincoces, organizadores de las veladas, terminaban a puñetazo limpio acompañados por una cohorte de admiradores que casi nunca mostraba verdadero interés más que en la trifulca del final. El pueblo estaba dividido en dos: los baenianos y los quincoceros.

Hasta la prohibición.

Aquella tarde de agosto el café Arte estaba repleto, nadie quería perderse la tertulia crítica del último libro de Pedreño, autor que exacerbaba aún más las diferencias entre Baena y Quincoces. El calor era tremendo, sólo cabía intentar olvidarse de él bebiendo mucho más de lo que podría considerarse prudente, y la disputa se salió de madre. Tras la pasión, la brillantez, la crueldad y la violencia (pugilística) habituales, alguien sacó un revólver (argumento de peso, qué duda cabe) y después vinieron las navajas, los cayaos y las más que socorridas botellas rotas, con lo que las mesas de mármol y las baldosas arlequinadas del café Arte acabaron cubiertas de sangre, intestinos y algún resto de masa encefálica. Después de aquello, el alcalde de Olvido, baeniano convencido por más que quisiera aparentar neutralidad, prohibió las tertulias; aunque, no os engañéis, sólo fue una decisión estética. Con los dos grandes críticos de Olvido muertos y enterrados no había riesgo de que volvieran a sucederse altercados en el café Arte; ni siquiera tertulias. Y es que en Olvido, excepción hecha de Baena y Quincoces, nunca nadie leyó un libro.


20 diciembre 2013

Terror

Los filtradores han extraído esta mañana a dos senken que viajaban en el mismo vagón que yo. No me he dado cuenta de lo que ocurría hasta que los senken han comenzado a gritar y patalear; los agentes de filtro prefieren la discreción siempre que es posible, pero esta vez no han podido evitar llamar la atención. Después, con sólo el traqueteo de fondo, los pasajeros hemos podido ver el terror en nuestros rostros; habíamos viajado con dos senken sin saberlo, sin siquiera haber notado qué los diferencia de nosotros. 

19 diciembre 2013

Esperando

Una tarde llegaron en bandada y se posaron sobre los cables eléctricos que unen las farolas del depósito de coches. Cada tarde desde hace semanas.

Los primeros días mantuve mi rutina como si no estuvieran. Me sentía observado aunque, si he de ser sincero, no era fácil estar seguro de hacia dónde dirigían sus miradas. La negrura de sus cuerpos difuminaba sus rasgos y tan sólo cuando conseguía verlos de perfil podía intentar adivinar qué era lo que atraía su atención. No encontraba explicación racional a su presencia en el depósito y sus intenciones eran igualmente impenetrables. Mi única certeza era que, fueran lo que fueran, no los veía nadie más que yo. Ni mis compañeros, que me escucharon incrédulos, ni los gruístas que venían de vez en cuando a traer o llevarse algún coche habían visto nada como lo que yo les describía.

No tardé mucho en dejar de hacer las rondas. Comenzó a invadirme una oscuridad como la que ellos traían consigo cada tarde. Me quedaba mirándolos desde la ventana en un estado melancólico que se había adueñado de cada uno de mis movimientos. Y los observaba como si fueran lo único que existiera, sin poder evitarlo.


Anochece y con el anochecer desaparecen. Y la negrura se va con ellos. Hoy, sin embargo, hay algo diferente. Da la sensación de que algo se ha quedado en el depósito. La luz de las farolas, que acaban de encenderse, es tenue y está orientada hacia el suelo lo que deja en penumbra los cables y, delante de la garita, a veces, sólo a veces, según el ángulo desde el que miro, tengo la horrible sensación de que uno de ellos se ha quedado conmigo. 

18 diciembre 2013

Cambio climático

Interrumpen las fiestas el miércoles de carrera, como ellos lo llaman, para acercarse al bosque que limita al pueblo por el este. Se quedan observándolo para decidir hacia dónde se mueve. Si llegan a la conclusión de que el bosque se aproxima al pueblo, se alegran y después van a celebrarlo. Si, por el contrario, el bosque ha iniciado una lenta pero decidida retirada, los del pueblo se lamentan y van a beber, esta vez para olvidar su tristeza. Y, por la noche, hay disturbios. Sea cual sea la actitud del bosque que algunos ven quieto, donde siempre.

05 diciembre 2013

En Quimera



Ya ha salido el número 361, doble, de la revista Quimera. En la sección "Los buscadores de perlas", dedicada a la publicación de microrrelatos inéditos, podréis encontrar ocho textos míos. Y si yo no soy suficiente reclamo, os diré que la revista no tiene desperdicio.

Aquí, el sumario.

04 noviembre 2013

Ángel Olgoso en el Microclub de Lectura

Comienzan las sesiones en castellano del Microclub de Lectura de la Microbiblioteca de Barbera con un lujo de escritor: Ángel Olgoso. Durará todo el mes de noviembre y el colofón lo pondrá el chat del día 25 en el que participará el propio Olgoso. Anda, pasa y dinos lo que te inspiran sus microrrelatos.

¿Dónde? Aquí.

06 junio 2013

Sangre de su sangre

Ordenaron colocarle una venda en los ojos y lo sentaron a la mesa frente a tres jóvenes encapuchados y una copa llena delante de cada uno. El hombre olió el contenido de cada copa, dio un sorbo, masticó el líquido y escupió en un cubo que tenía a sus pies.
Dudó. Frunció el ceño mientras mordía disimuladamente el interior de su labio inferior para probar su propia sangre y volvió a sorber de la segunda copa antes de alzarla con certeza. El joven cuya esencia resultó ganadora fue retirado del salón para engrosar la bodega personal del príncipe mientras la Corte, en pleno frenesí, dejaba exangües, en unos minutos, a los otros dos desgraciados.

05 junio 2013

Caballos

En las horas inquietas de ciertos amaneceres los oigo galopar. Su locura y su confusión recuerdan la dinámica de los océanos, el ir y venir de las olas, el rugido de las marejadas, la insaciable ira de las tempestades. Son los caballos perdidos en la fiebre del poeta muerto. Caballos apenas concebidos, ni realidad ni metáfora. Mas yo los oigo incasables -como la sangre arrebatada en un cuerpo sin sombra- ir de acá para allá buscando las orillas de un sueño ya imposible.
Caballos sin nadie que los sueñe.

Rafael Pérez Estrada
Antología de breve ficción
Ed. Berenice

04 junio 2013

Los faroles

El encargado de encender los faroles alargó la vara; la llama alcanzó la mecha y un resplandor amarillento tiñó los vidrios del farol.
El hombre dejó caer la vara, después se la puso al hombro como una lanza y acto seguido miró el horizonte. Entonces, un poco hastiado, aunque diciéndose que el trabajo es el trabajo y hay que cumplirlo, se aprestó a atravesar los dos mil kilómetros de desierto que lo separaban del segundo farol que debía encender.

Jacques Sternberg
Cuentos glaciales
Trad. Eduardo Berti

03 junio 2013

[El dinero en Cejunta sólo sirve para ser pobre...]





El dinero en Cejunta sólo sirve para ser pobre. Todos los pobres poseen millones. Los ricos no tienen absolutamente nada. Esto es algo que nadie ha sabido explicarse y que confunde a los forasteros. A los mendigos se les trata como a reyes y si algún multimillonario llegó alguna vez, se murió de hambre. Unos opinan que en Cejunta reinan la justicia y los buenos sentimientos. Otros dicen que son unos bandidos desalmados. No es cierto ni lo uno ni lo otro. Las reglas del juego son distintas, eso es todo. Pero como la gente no suele tener ni poco ni mucho dinero, vive absolutamente igual que en los demás sitios y la mayoría de los que pasan por allí no consiguen establecer ninguna diferencia.

Las huellas del equilibrista
Antonio Fernández Molina

31 mayo 2013

El cuento en red, primavera 2013

Por si a alguien le interesa, el nuevo número de El cuento en red ya está disponible. Pinchad aquí.

L'Animateur


28 mayo 2013

El libro de microrrelatos ¿un género dentro de un género?

En alguna ocasión, a raíz de comentarios en las redes sociales, he discutido con colegas sobre la composición de los libros de microrrelatos (lo que son, lo que deberían ser). Esto me ha dado material para pensar durante los últimos meses, sobre todo teniendo en cuenta que si bien mi primer libro nació como un reflejo de mi blog, aunque siempre existió la intención de darle un valor añadido a través de la ordenación y división en dos partes diferenciadas, lo que escribo en este momento nace con la ilusión de convertirse en libro. Por decirlo de un modo más sencillo: en el primer caso escribí microrrelatos que acabaron convirtiéndose en libro mientras que ahora me planteo crear un libro para el que escribo microrrelatos.


Sin embargo, mis dudas sobre la conveniencia de una u otra opción, si es que pueden éstas juzgarse como formas independientes de su contenido, son más grandes según avanzo. Incluso me hace plantearme lo que puede tener de artificioso pretender a priori que una de las dos opciones sea mejor o superior a la otra. ¿Os parece necesario que un libro de microrrelatos tenga un trabajo de composición que le dé un “sentido superior” de conjunto? Y si es así ¿cuál es la forma que puede adoptar un libro de microrrelatos? O dicho de otro modo ¿en base a qué puede organizarse un libro de microrrelatos? ¿Os parece válida la presentación de un libro de microrrelatos como una colección de piezas en la que lo único exigible sea la calidad individual de cada uno de los textos incluido? ¿Es posible, incluso, que esa voluntad de sobredimensionar el libro de microrrelatos nazca de un complejo de inferioridad, siquiera inconsciente? Y, por último, ¿cuál es la longitud ideal (en páginas) de un libro de microrrelatos?

Comparte