Veo doble. Me acabo de levantar y no consigo enfocar la
vista, un poco hacia el frente y sobre todo a la izquierda. El mundo se
desdobla cuando miro hacia la izquierda.
El médico habla de parálisis en un nervio del ojo derecho
debido a niveles de azúcar altos, a la tensión arterial disparada, y aconseja un régimen
estricto. Y cabecea. Me observa y cabecea.
Como verduras, pescado hervido, camino media hora cada día y
consigo cambiar mi lugar de trabajo por otro en el que puedo escoger hacia
dónde miro para no verme obligado a coger la baja. Poco a poco mejoro.
De vez en cuando vuelvo los ojos hacia la izquierda para
comprobar el grado de desenfoque. En una de las ocasiones me doy cuenta que no
es exacto que el mundo se desdoble ante mí porque original y copia no son
iguales. De hecho, ahora que veo menos
doble y puedo aguantar la mirada durante unos segundos, compruebo que la copia está
desnuda, puedo verla completamente desprovista de ropa. Pero no sólo esto, la
desnudez afecta a todos los aspectos de las personas a las que observo y puedo
ver sus pensamientos, sus deseos más ocultos, sus secretos.
Ahora miro a la izquierda más que antes y no hay luz ni
oscuridad que me pase desapercibida. Me duelen los ojos y la cabeza, y en
ocasiones tropiezo o me golpeo por medir mal las distancias, pero no puedo
dejar de hacerlo, es como una adicción. Cada cierto tiempo, para mantener el
extravío de mi ojo derecho, tengo que
abandonar el régimen.
Claro que de esto, al médico ni palabra.