Adóptese la posición de paseo, no pretendo restar importancia al saludo estático, que recibirá atención en su momento dadas sus características particulares y, sobre todo, la especial disposición de ánimo que requiere.
La posición de paseo se obtiene de la conjunción de dos gestos. En primer lugar, crúcense ambas manos por detrás de la espalda agarrando con la derecha todos los dedos de la izquierda y dejando libre al pulgar para poder moverlo al gusto. La elección de mano agarrada y agarradora podrá variar en función de la tendencia de cada uno hacia lo siniestro. De ser manco, póngase toda la atención en la mano presente ignorando por completo la ausente, por más que aún le pique. En segundo lugar, mírese hacia el suelo como si la resolución de la conjetura de Poincaré dependiera de su inteligencia. La concentración obtenida le ayudará a fruncir levemente el ceño, muestra de carácter que no de enfado o mal humor. También favorece una ligera cargazón de hombros. Manténgase el equilibrio y comiéncese a andar.
Durante el desplazamiento, alce la vista cada minuto para determinar su posición espacial y detectar a posibles conocidos y sus respectivas trayectorias. No tema que se le pueda escapar alguno porque el donostiarra de nacimiento posee un sexto sentido para localizar cualquier presencia amiga en cinco metros a su alrededor, por mucho que su mirada permanezca fija en el suelo. Los nacidos fuera de Donosti pueden tardar varios años en adquirir esta habilidad y, en casos extremos, incluso no lograrlo nunca.
Llegado el momento de cruzarse con un conocido, amigo o familiar, levante la mirada del suelo, enarque muy levemente las cejas y aproveche ese mismo impulso para dar un ligero cabezazo hacia arriba y en dirección al saludado, acompañándolo de un “¡epa!” golpeado, seco, ligeramente sincopado con el ritmo del paso, que será respondido, a su vez, por una suerte de eco ignorado.
Tras el saludo, recupérese la posición inicial, sin perder el equilibrio ni el paso, y coméntese con el acompañante, de tenerlo, la vieja amistad y profundo cariño que se siente por la persona saludada. Si el paseo se realiza en solitario, regrésese sin pérdida de tiempo a la reflexión sobre la conjetura de Poincaré.