El encargado de encender los faroles alargó la vara; la llama alcanzó la mecha y un resplandor amarillento tiñó los vidrios del farol.
El hombre dejó caer la vara, después se la puso al hombro como una lanza y acto seguido miró el horizonte. Entonces, un poco hastiado, aunque diciéndose que el trabajo es el trabajo y hay que cumplirlo, se aprestó a atravesar los dos mil kilómetros de desierto que lo separaban del segundo farol que debía encender.
Jacques Sternberg
Cuentos glaciales
Trad. Eduardo Berti
Es muy bueno. No lo conocía.
ResponderEliminarGracias por traerlo, Jesús.
Un abrazo,