Eran
legendarias las tertulias del café Arte. Brillantes, apasionadas,
crueles, violentas. No pocas veces los críticos literarios Baena y
Quincoces, organizadores de las veladas, terminaban a puñetazo
limpio acompañados por una cohorte de admiradores que casi nunca
mostraba verdadero interés más que en la trifulca del final. El
pueblo estaba dividido en dos: los baenianos y los quincoceros.
Hasta la prohibición.
Aquella tarde de agosto el café
Arte estaba repleto, nadie quería perderse la tertulia crítica del
último libro de Pedreño, autor que exacerbaba aún más las
diferencias entre Baena y Quincoces. El calor era tremendo, sólo
cabía intentar olvidarse de él bebiendo mucho más de lo que podría
considerarse prudente, y la disputa se salió de madre. Tras la
pasión, la brillantez, la crueldad y la violencia (pugilística)
habituales, alguien sacó un revólver (argumento de peso, qué duda
cabe) y después vinieron las navajas, los cayaos y las más
que socorridas botellas rotas, con lo que las mesas de mármol y las
baldosas arlequinadas del café Arte acabaron cubiertas de sangre,
intestinos y algún resto de masa encefálica. Después de aquello,
el alcalde de Olvido, baeniano convencido por más que quisiera
aparentar neutralidad, prohibió las tertulias; aunque, no os
engañéis, sólo fue una decisión estética. Con los dos grandes
críticos de Olvido muertos y enterrados no había riesgo de que
volvieran a sucederse altercados en el café Arte; ni siquiera
tertulias. Y es que en Olvido, excepción hecha de Baena y Quincoces,
nunca nadie leyó un libro.
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