En
las horas inquietas de ciertos amaneceres los oigo galopar. Su locura
y su confusión recuerdan la dinámica de los océanos, el ir y venir
de las olas, el rugido de las marejadas, la insaciable ira de las
tempestades. Son los caballos perdidos en la fiebre del poeta muerto.
Caballos apenas concebidos, ni realidad ni metáfora. Mas yo los oigo
incasables -como
la sangre arrebatada en un cuerpo sin sombra- ir de acá para allá buscando las orillas de un sueño ya imposible.
Caballos
sin nadie que los sueñe.
Rafael Pérez Estrada
Antología de breve ficción
Ed. Berenice
Bello de belleza sólida.
ResponderEliminarBesos
Gemma