Cuentan que el Eulogio entró en la taberna a tomar unos chatos y cuando salió echó a faltar su carretilla.
Cuentan que bebió, aunque no mucho más que otras veces, y que quién sabe si de verdad dejó la carretilla en la puerta de la taberna o se la dejó en el huerto por no acarrear con ella o, quizá, ni siquiera la llegó a sacar de casa.
Cuentan que anochecía y el Eulogio, desconcertado, abordaba a cualquiera con quien se cruzaba y le preguntaba por la carretilla que había dejado delante de la taberna mientras se tomaba unos chatos, que si todo era una broma ya se habían reído bastante.
Cuentan también que el Eulogio no se daba por vencido, que vagaba por las calles y se agarraba el pecho por la angustia y, de vez en cuando, se tenía que sentar porque las piernas ya no le aguantaban. Y que si alguien le preguntaba dónde había dejado la carretilla esta vez, él respondía que ya no estaba seguro, que creía que aquí o allá y que no podía encontrarla. Cuentan que se quitaba la boina y se rascaba la cabeza, revolvía con sus dedos quebrados los cuatro pelos que hacía años no peinaba.
Cuentan que al cabo, ya de noche cerrada, cuando todos en el pueblo dormían, vio a la Rosario que se asomaba a la ventana para mirar y el Eulogio, con la cabeza gacha, le dijo que creía que se había perdido. Y que la Rosario bajó a la puerta, la abrió, le dijo que no se preocupara y le pidió que entrara y se acostara.
Cuentan que aunque no se fiaba del todo, el Eulogio hizo caso a la Rosario. Porque estaba muy cansado. Porque había olvidado lo que buscaba. Porque no quería estar en la calle si le daba por llorar.
Cuentan que bebió, aunque no mucho más que otras veces, y que quién sabe si de verdad dejó la carretilla en la puerta de la taberna o se la dejó en el huerto por no acarrear con ella o, quizá, ni siquiera la llegó a sacar de casa.
Cuentan que anochecía y el Eulogio, desconcertado, abordaba a cualquiera con quien se cruzaba y le preguntaba por la carretilla que había dejado delante de la taberna mientras se tomaba unos chatos, que si todo era una broma ya se habían reído bastante.
Cuentan también que el Eulogio no se daba por vencido, que vagaba por las calles y se agarraba el pecho por la angustia y, de vez en cuando, se tenía que sentar porque las piernas ya no le aguantaban. Y que si alguien le preguntaba dónde había dejado la carretilla esta vez, él respondía que ya no estaba seguro, que creía que aquí o allá y que no podía encontrarla. Cuentan que se quitaba la boina y se rascaba la cabeza, revolvía con sus dedos quebrados los cuatro pelos que hacía años no peinaba.
Cuentan que al cabo, ya de noche cerrada, cuando todos en el pueblo dormían, vio a la Rosario que se asomaba a la ventana para mirar y el Eulogio, con la cabeza gacha, le dijo que creía que se había perdido. Y que la Rosario bajó a la puerta, la abrió, le dijo que no se preocupara y le pidió que entrara y se acostara.
Cuentan que aunque no se fiaba del todo, el Eulogio hizo caso a la Rosario. Porque estaba muy cansado. Porque había olvidado lo que buscaba. Porque no quería estar en la calle si le daba por llorar.